Por: Hugo Forno

Las últimas semanas un debate ha secuestrado la atención de los medios: ¿tiene, o debería tener, la radio un rol promotor de la música nacional o es un negocio más que, como tal, debe responder netamente a factores de eficiencia? Sobre el tema ya se ha dicho mucho en ambos polos del debate. Sin embargo, en este artículo pretendo abordar un aspecto que no ha sido atendido y que considero medular: ¿qué es el arte en el mercado?

Disclaimer

Antes de pasar al tema de fondo es importante reconocer que es cierto, como han señalado algunos[1], que el debate no gira, en realidad, en torno a cuál es el rol de la radio. Ya existe una ley que establece que el 30% del contenido de la radio debe ser de producción nacional[2]. Sin embargo, es igualmente cierto que en un Estado Constitucional de Derecho es importante tener una visión crítica frente a leyes que recortan libertades. Es eso lo que pretendo hacer en este artículo, puesto que es innegable que esa ley existe y que establece lo que establece.

¿Obra de arte o producto?

Con respecto al arte, siempre se han hecho preguntas difíciles de contestar. Desde la teoría del arte ¿cuál producción humana debe ser considerada arte y cuál no? Desde la crítica artística ¿cómo determinar qué obra artística es buena y qué obra artística es mala? Estas son preguntas que no tienen una respuesta. Lo que sucede es que el arte es subjetivo y en ese sentido toda obra humana que pretende exteriorizar parte de la subjetividad de su creador es una obra de arte. Asimismo, su subjetividad hace que sea imposible determinar qué obra es buena y qué obra es mala. ¿Conclusión? Toda obra humana es potencialmente arte y que toda obra de arte es potencialmente buena.

El problema con esta conclusión es que es insuficiente para responder una de las grandes preguntas: ¿qué obra merece ser consumida? Que una obra sea arte y que una obra artística sea buena no implica que esta merezca ser consumida. Muchos artistas, sin embargo, se han valido de esta conclusión para señalar que su obra merece ser expuesta y consumida, desde luego con impulso del Estado. Es esta confusión la que está detrás del reclamo al Estado por parte de los músicos de rock nacional de que obligue a las radios a difundir su música. Esta es la explicación:

No hay duda de que la música es una expresión artística en la medida en que es una creación estética del artista para expresarse. Por tanto, entendida como tal, no hay música mala ni buena. Y es por eso que tanto Imagine de John Lennon como la canción que acabo de componer con mi guitarra en mi cuarto son igualmente arte. ¿Qué hace, entonces, que Imagine sea uno de los temas mas oídos de todos los tiempos y que, por el contrario, mi mamá me ruegue que pare de tocar la guitarra? La respuesta es simple: el mercado.

Y es que el artista puede no tener interés en compartir su obra con nadie; puede que su único interés está en la creación artística. Pero, es evidente que este interés en compartir su obra no lo faculta a obligar a otras personas a apreciarla; al menos no en un Estado de Derecho. Es por eso que desde que el artista tiene el interés de compartir su obra con otras personas es tarea suya buscar a alguien que tenga el interés de apreciarla; alguien que esté dispuesto a consumirla.

Es a partir de ese momento que la música adquiere una segunda dimensión: la dimensión de producto objeto de comercio. Es, también, a partir de este momento que podemos hablar, si bien no de mejor o peor canción, de música más o menos valorada, en función del grado de consumo que la canción tiene. Esto responde a que la valoración de la música como obra artística es subjetiva y por tanto no puede ser medida; la preferencia del mercado por una canción más que por otra, en cambio, sí. Esto no es bueno ni malo, es un fenómeno que se da de manera espontánea. Es esta segunda dimensión en la que se responde a qué obra merece ser consumida: aquella que despierte el interés en terceros de consumirla.

Ahora bien, podría alguien preguntarse ¿si esto no es malo entonces por qué lleva a que Justin Bieber venda millones de discos alrededor del mundo y artistas geniales como Jeff Mangum o Daniel Johnston sean conocidos a penas por un puñado de oyentes? Por mucho tiempo me hice esa pregunta. La respuesta es que para Justin Bieber lo principal fue que su música fuera consumida. Para Jeff Mangum y Daniel Johnston, en cambio, el que su música fuera consumida fue algo secundario, si es que acaso importó.

¿Qué implica entender a la música como producto?

Nadie dice que el artista debe comerciar su obra, pero si quiere hacerlo, deberá entender y aceptar que estará sujeta a las condiciones que surjan de manera espontánea en el mercado, como sucede con cualquier otro producto. Es, por tanto, responsabilidad del músico, como sucede con cualquier proveedor, que su música sea consumida por encima de otras ofertas de naturaleza igual o similar.

En efecto, cuando uno tiene interés en ofrecer un determinado producto en el mercado tiene varias alternativas. Una de ellas es ofrecer un producto cuya demanda ya exista, es decir un producto que ya cuente con popularidad en el mercado. La otra es ofrecer un producto novedoso y buscar una demanda a partir de distintas campañas de promoción y difusión. En este último caso no basta con que el productor invierta en  la calidad del producto. Es fundamental que invierta en promover y difundir su producto para despertar el interés en los consumidores. Es esta su principal tarea.

El segundo caso es el de los músicos de rock nacionales. Actualmente no existe demanda de música rock nacional en el mercado en el que se mueven las radios. Por tanto, dependerá de los propios músicos generarla.

Es en ese aspecto que los músicos de rock nacionales están canalizando de manera equivocada sus esfuerzos. No son las radios ni el Estado quienes deben cargar con el costo de difundir su música. Son los mismos músicos, interesados en que su música sea consumida, quienes deben cargar con este costo, ya que el que su música sea consumida es algo que en principio, únicamente interesa a ellos.

Esto, como ya mencioné, es lo que sucede con cualquier producto. Si tengo interés en comercial polos soy yo quien debo correr con el costo de que mi marca sea conocida a efecto de que se genere una demanda por mis polos. Sería absurdo que, pretendiendo reducir mis costos, le pida al Estado que obligue a tiendas como Saga Falabella o Ripley a vender mis polos. La lógica es la inversa: una vez que invierta en publicidad para mis polos y se genere una demanda importante de estos Saga Falabella y Ripley tendrán un interés en venderlos sin que nadie los obligue. Y es que, ¿por qué tendrían que ser ellos quienes carguen con el costo de hacer mi marca de polos conocida? Exactamente lo mismo se aplica a la música.

Esto ha sido perfectamente entendido por otros músicos nacionales como los grupos de cumbia (los cuales sí son sumamente exitosos en el mercado nacional). Los grupos de cumbia pagan espacios en las radios para poder promocionar su música, empapelan la ciudad con información de sus masivos conciertos, etc. Ellos, como cualquier otro proveedor, asumen el costo de promoción de su producto.

Por eso, en lugar de pedir al Estado que imponga a las radios el costo de generar su demanda, son los músicos de rock nacional los que deberían ver este contexto en el que sus intereses están alineados como una oportunidad y organizarse de tal manera que puedan generar sus propias oportunidades de promoción y difusión.

¿No es más fácil que se aplique la ley y ya?

Parecería serlo, pero no. Imaginemos que la ley fuera cumplida por las radios. La octava disposición complementaria y final de la Ley de Radio y Televisión obliga a las radios a que el 30% de la música que pasen sea de producción nacional, pero no establece qué características debe tener esa música, más allá de ser hecha en el Perú.

Actualmente en el mercado radial existe demanda para algunos grupos de rock nacionales, estos son: Libido, Mar de Copas, Arena Hash, Grupo Río, Amén, entre otros. Es evidente que las radios, quienes no querrán arriesgar sus ganancias al cumplir la ley, cubrirán la cuota con estos grupos cuya demanda ya está asegurada. ¿Efecto? Grupos nuevos que no son conocidos no pasarán a ser conocidos aun de aplicarse la ley.

¿Qué se debe hacer entonces, decir que de ese 30% la mitad deberá ser música hecha en los últimos 5 años? Las radios responderán cubriendo la cuota con una propuesta como la de Ádammo, grupo más reciente que sí ha procurado generar una demanda importante y que por tanto sería menos riesgosa.

¿Ahora qué? ¿Decir que las radios deben poner la música de todo músico que quiera ofrecerla para ello? La consecuencia es que no habrá ningún filtro que permita determinar qué música debe ponerse y qué música no. Recordemos lo que dijimos en un comienzo, si bien como expresión artística no hay obra buena ni mala, como producto sí hay música que es más valorada que otra por los consumidores. Por tanto, el filtro que permite determinar qué música debe ser puesta en la programación radial es totalmente democrático: la demanda. De no contar con este filtro que responde sensiblemente al gusto del público se llevaría a que el oyente apague la radio, con lo cual nuevamente los grupos que no son conocidos no pasarían a serlo.

Si se siguiera de esa manera se estaría persiguiendo eternamente una ley que en el fondo intenta regular lo irregulable: las preferencias del público. ¿No es más fácil asumir los costos de la difusión como hacen los grupos de cumbia? ¿Apelar a que la música sea consumida porque al público le interesa y no porque alguna ley lo ordena? ¿Qué merito hay entonces en que la música sea escuchada si se debe a una imposición legal?

Quienes defienden la imposición a las radios argumentan que esto no sería tan catastrófico. En nuestro país hay mucha música de calidad y seguramente muchos oyentes terminarían por quedarse escuchando. Totalmente de acuerdo. Sin embargo, también hay mucha música que no es de calidad. Hay mucha música que si bien sí es de calidad es un tanto experimental para los gustos de los oyentes. Entonces qué, ¿la radio debe “educar” al oyente? ¿Debe intentar modificar sus gustos? Esta es tarea de quien tiene el interés en que dichos gustos se modifiquen, no de la radio.

Ahora, no debe pensarse que las reacciones de las radios, en la hipótesis narrada anteriormente, serían ilegítimas o inmorales. Las radios ya asumen el costo de alcanzar sus intereses y es ese el máximo costo que puede exigirse a alguien asumir. De igual manera, son los músicos de rock nacionales, como ya señalé, quienes deben asumir los costos de sus intereses. Es por ello que esta ley, efectivamente vigente, es en realidad ilegítima.

¿Dónde queda el arte?

Finalmente, quiero aclarar que sería un error entender que lo expuesto mata el arte o lo frivoliza. La lógica expuesta es perfectamente aplicable a obras cuyo valor artístico es innegable. The Beatles, por ejemplo, es uno de los grupos críticamente más aclamados de la historia del rock y uno de los más populares. Hacían presentaciones sin parar, fotos, entrevistas, etc. Nunca traicionaron sus intereses artísticos, pero procuraron difundir su música hasta generar una demanda que les permitió vender prácticamente lo que sea que produjeran.

Otro ejemplo es la música indie en los Estados Unidos de los noventa. Los músicos que pertenecían a esta escena armaban sus propios conciertos, fundaban sus propias revistas, producían sus propios programas radiales, producían y distribuían sus propios álbumes. Hubiera sido impensable ver a algún grupo de la época solicitando apoyo al Estado.

Lo que quiero decir es que es tarea del artista, como la de cualquier proveedor de cualquier producto, que su música sea consumida. Tarea que no solo pasa por preocuparse de la calidad de la grabación o de que tu música sea en inglés o en español, como escuché reclamar a un músico local en un video[3], sino por promocionarla con sus propios medios y no valiéndose de una imposición estatal.

Si luego de promocionarse aun no consiguen resultados, entonces no hay nadie interesado en escuchar su música, frente a lo cual el músico de rock nacional tiene dos opciones: ajustar su música a los gustos del mercado o mantener su interés en la creación sin importarle ya que esta nunca sea consumida. Músico, tu decides.


[1] http://diariocorreo.pe/opinion/noticias/4659288/frustrado-frustrado-no-bueno-un-poquito

[2] Octava disposición complementaria y final de la Ley de Radio y Televisión, Ley No. 28278.

[3] http://www.youtube.com/watch?v=T4FpHMpGkRs

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