Por: Martín Mejorada C.
Profesor de Derecho Civil de la PUCP

Hace poco leí un interesante artículo de Fernando del Mastro. El autor describe la angustia y el miedo de los alumnos que enfrentan “evaluaciones no programadas”. Luego de realizar una encuesta entre algunos estudiantes concluye que dicho sistema poco aporta a la formación de los futuros abogados, y que quizá solo sirva para el disfrute de profesores narcisistas y vengativos.

A pedido de Enfoque Derecho expreso mi punto de vista sobre los llamados “controles sorpresa” y su relación con el método de enseñanza. Honestamente, no creo que los profesores elijan y apliquen los mecanismos de evaluación en función a sus vacíos espirituales. Si hay uno que otro con tal patología debe ser denunciado y expulsado de inmediato. Creo que en general los profesores de la Facultad asistimos al encuentro académico por cariño a la escuela, sin más pretensión que devolver a la Universidad algo de lo que nos dio.

Me apena el ánimo de los encuestados y no dudo que haya real preocupación por la evaluación permanente. Hablo con conocimiento de causa, también fui estudiante y por supuesto me angustiaba la posibilidad de ser evaluado en cada clase. Temía enfrentar una pregunta que superara los esfuerzos de las horas previas, o que la imaginación del profesor rebasara mis previsiones. ¿Es eso tan terrible?. La angustia y el miedo que describen los encuestados son reales, pero por qué tanto drama. Fuera de las situaciones extremas que se deben tratar particularmente, la preocupación y el miedo son parte de la vida, son estados emocionales que nos ayudan a sobrevivir, y bien conducidos nos hacen mejores.

Ahora bien, el método de enseñanza y la evaluación están ligados. Los sistemas de calificación no solo verifican el nivel de aprovechamiento alcanzado, también sirven para que el método cumpla sus fines. Estoy convencido que casi todos los cursos de Derecho pueden y deben conducirse a través del Método Activo. Consiste en el aprendizaje a partir del ejercicio intelectual en el aula. Se trata del desarrollo de “casos” que los alumnos preparan anticipadamente con la ayuda de doctrina y normas. Así, en cada reunión los estudiantes confrontan sus soluciones, debaten sobre ellas y ponen en evidencia las consecuencias prácticas de las figuras jurídicas. Si no se preparan previamente no hay ejercicio posible, no hay clase. Con acotaciones y preguntas del profesor, los pupilos van construyendo por sí mismos los conceptos legales y formulando respuestas dignas de juristas. Sin darse cuenta van pensando como abogados.

La necesidad de estudiar los materiales y preparar los casos es indiscutible ¿o acaso los encuestados creen que no deben estudiar para las clases? Entiendo que el reclamo es por los “controles sorpresa”, no por el encargo mismo de leer y preparase para cada reunión. ¿Cómo asegurar que dicha labor se cumpla efectivamente? Hay dos posibilidades: i) confiar en la voluntad de los estudiantes, quienes se prepararán libremente aunque ello no signifique riesgo alguno, o ii) evaluar el estudio sometiéndolo a incentivos. Para elegir la alternativa más acertada preguntemos esta vez a los alumnos si prepararían todas sus clases sabiendo que no serán evaluados. Conocemos la respuesta. No nos engañemos, los seres humanos actuamos principalmente en base a incentivos, siempre buscando beneficios o evitando el eventual perjuicio.

Claro, hay pasantes que siempre se preparan para sus clases por la sola emoción de escuchar al profesor. También hay estudiantes que por el plan que han trazado para sus vidas profesionales siempre tratan de sobresalir, y por ello se preparan voluntariamente. ¿Son así la mayoría de alumnos de Derecho? Ciertamente, no. El método de enseñanza es un procedimiento para llegar a todos, sin importar sus calidades o motivaciones personales. Es un esfuerzo por descubrir al abogado poniendo a prueba la vocación del aspirante, o acaso construyéndola a partir del debate con casos prácticos. Hay que ser exigentes en la confrontación, no olvidemos que se trata de futuros abogados, profesionales que podrían arruinar la vida de otras personas si no hacen bien su trabajo.

Los “controles sorpresa” son parte del método activo, y el método es una herramienta para formar letrados. En cualquier sesión, los participantes pueden ser interrogados sobre los temas del día, ya que es indispensable la preparación de los casos. ¿Por qué el sobresalto? No hay sorpresas si se sabe desde el primer día que la evaluación es permanente y los encargos son puntuales para cada clase. Por lo demás, se trata de un mecanismo admitido por el Reglamento de la Facultad. Temo que el verdadero estupor se dará cuando el mercado haga su labor de selección y prefiera a quienes fueron estudiantes esforzados. Los despachos, empresas y entidades más importantes del mundo albergan a los “angustiados” de la Facultad que hoy son notables abogados. La idea del método de enseñanza es que todos accedan a la excelencia y a las mejores posiciones. Eso demanda trabajo y, sin duda, uno que otro susto.

Ahora bien, un curso y su método no hacen la carrera legal. Se requiere coordinación entre las materias que conforman la malla curricular. La demanda de esfuerzo no puede dar lugar a una situación inmanejable. Los encargos para cada clase tienen que considerar el requerimiento global y respetar límites desde una coordinación razonable. Si preparar las clases para todos los cursos fuese imposible, perdería sentido la exigencia académica y no habría método que valga. Pero esto no tiene que ver con la necesidad de esforzarse ni con los “controles sorpresa”, sino con el rol regulador de la Facultad.

Para los estudiantes: “Saquen una hoja” y escriban qué clase de abogados quieren ser, luego hagan un plan para conseguirlo. Verán que no hay forma de alcanzar el objetivo sin sacrificio y algunos miedos. No salten el camino del rigor académico y la entrega material. Con el tiempo entenderán que valieron la pena los días y noches de intenso estudio.

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