Es autor de este artículo el Dr. César Landa, ex presidente del Tribunal Constitucional y profesor de Derecho en la PUCP.  

El actual proceso electoral está poniendo en evidencia lo mejor y lo peor de los y las candidatas presidenciales por conquistar el poder, que es presidencial en el Perú.

Lo avanzado en nuestro Estado Constitucional es que se llega al poder democráticamente, en base al respeto de la voluntad popular expresada libre e informadamente en las urnas, así como, gracias a un sistema imparcial e independiente del gobierno y de la oposición. Lo cual no ha sido una práctica común hasta finales del siglo XX.

Sin embargo, los procesos electorales realizados desde el año 2001 hasta la fecha, no han superado los estándares de las elecciones libres con un voto informado. Esto es, que los votantes hayan conocido en detalle tanto los programas generales de los partidos y los específicos de sus candidatos en contienda, como de la trayectoria personal, económica, política, cultural y demás conflictos de intereses, para decidir su voto.

Debido no solo al ocio legislativo de aprobar las normas legales pertinentes, sino también a la renuencia u omisión de los líderes políticos con representación parlamentaria. No obstante, dada la presión pública, el Congreso ha aprobado algunas disposiciones (silla vacía, ventanilla única, hoja de vida, medidas contra el voto golondrino), que no resuelven los problemas de nuestro sistema político electoral, como la falta de transparencia del financiamiento privado a los líderes y sus partidos, la sanción al  transfuguismo político y la eliminación de la inmunidad parlamentaria, entre otros.

De modo que, la ciudadanía no goza de la plena garantía del control de la información de los candidatos presidenciales, parlamentarios y sus partidos, que es un asunto de interés del pueblo para poder ejercer su derecho de sufragio libre e informado. A pesar que los que pretenden representar al pueblo en su nombre tendrán la capacidad no solo de dictar leyes, sino de disponer de los fondos públicos, los recursos naturales, los ipuestos y demás bienes que el estado los administra en su nombre.

No obstante, como todo proceso electoral se establece una relación directa de los candidatos con los votantes; ayuda que los medios de comunicación demanden y accedan a difundir dicha información en beneficio de los votantes. Claro, unos lo hacen abiertamente, como los medios de comunicación alternativos –redes sociales-, y, otros, en función de sus negocios y grupos de interés económicos, como los medios de comunicación tradicionales –presa, televisión, radio.

Sin embargo, a pesar del marketing político que realizan los medios de comunicación, las y los candidatas(os) presidenciales principales deben gozar de cualidades personales y cualidades de estadista para aspirar legítimamente al cargo de jefe(a) de Estado. Para ello, deberían acreditar credenciales.

Unas, de carácter moral y personal. De compromiso con los valores democráticos de los Derechos Humanos, la lucha contra la corrupción y el narcotráfico; así como, con la transparencia gubernamental y la ética social. Esto es al servicio del público y no servirse del poder.

Otras, de carácter institucional, caracterizada por no quebrantar directa ni indirectamente el Estado de Derecho. Esto es, respetar la legalidad, las sentencias y los contratos; así como proteger los derechos y libertades de todos los ciudadanos, garantizar la igualdad ante la ley, y el control y balance de los poderes.

Nuestro Estado Constitucional desde los últimos lustros se ha fortalecido, pero también se ha degradado cuando han fallado los presidentes a sus promesas y a las instituciones. Frente a ello, a las  los candidatos presidenciales les correspondería suscribir un pacto de gobernabilidad democrático de camino al bicentenario de la fundación de nuestra república constitucional.

Además, someterlo a un referéndum popular, más allá de las elecciones, donde un pueblo, educado e informado cívicamente sabrá cautelar y hacer respetar sus derechos y el orden constitucional; sabiendo finalmente que la democracia entre los sistemas políticos es el menos malo.

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