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Entre el 2007 y el 2011, la conflictividad del país aumentó su frecuencia en un 300%[1]. El chorreo, al parecer, no ha sido la mejor fórmula para evitarlos. Aquellos que muchas veces reclaman sus derechos, necesidades básicas, una vida digna, terminan siendo perseguidos por el Estado. Sin embargo, no todos de manera injustificada. ¿Cuál es el límite del derecho a la protesta? ¿Se permite todo?
Cuando hablamos de revolución cultural creo poder hacer una distinción entre dos perspectivas: la cultura como instrumento de la revolución, y la revolución como instrumento de la cultura.
Bien dicen que cuando una puerta se cierra otra se abre; sin embargo, ¿qué acontece cuando ambas se cierran? Dependiendo de la desesperación de quienes buscan salir, o de la presión que sean capaces de ejercer, se pueden romper ventanas, incluso derrumbarse muros en busca de una salida.
Si uno revisa los anales de la Historia, podrá notar que esta no es más que una constante competencia entre distintas potencias por la supremacía económica, política y cultural en el mundo. Esta situación se mantiene hasta el día de hoy: en un planeta de recursos limitados, los conflictos son comunes y, a veces, es difícil mantener la paz. El Derecho Internacional, hoy en día, busca aliviar estas tensiones, intentando dar soluciones pacíficas y jurídicas a los conflictos en cuanto surgen. Una serie de organismos internacionales, como la ONU, buscan lograr el ideal de un mundo de paz en el que los Derechos Humanos sean universalmente respetados.
En épocas de la independencia, tanto España como el Perú vivían profundos procesos de cambio político y social. La metrópoli española estaba profundamente debilitada por la crisis económica, por la invasión napoleónica y por el deterioro de un modelo monárquico absolutista que urgía reformas, tanto en Europa como en el nuevo mundo.

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