Por: Gustavo M. Rodríguez García
Abogado PUCP y Magíster por la Universidad Austral (Argentina).

En el Blog de la Universidad del Pacífico, “El Cristal Roto”, el señor Heber Campos ha criticado la posición que ciertas personas –incluido quien escribe- hemos expresado sobre el denominado Plan Zanahoria. En efecto, en el post titulado “Liberalismo a la Peruana”, arguye que de lo que se trata es de “cambiar los hábitos sociales”. Así, para dicho autor, el citado Plan no pretendería –¡y esto se admite frontalmente!- resolver el problema de la delincuencia o los accidentes de tránsito, sino generar hábitos de consumo considerados deseables en términos generales.

Desde luego, mi perplejidad pronto dio paso a un renovado deseo de abordar la temática. La intención no es abrir un campo interminable de polémicas de ida y venida (que a priori no tendría nada de malo) sino revelar lo que, a mi juicio, resulta bastante peligroso del argumento planteado. El señor Campos, en su post, sustenta su posición apelando a lo que se ha denominado “paternalismo libertario”. La idea elemental es que los seres humanos adoptamos decisiones sobre la base de información imperfecta. Nuestra racionalidad limitada nos conduce a tomar decisiones que, si tuviéramos plena información o conciencia, no serían adoptadas.

En particular, comparto la idea de Posner cuando sostiene que el término “paternalismo libertario” representa un intento de conciliar doctrinas con contenidos opuestos (En el libro “Uncommon Sense, Economic insights from marriage to terrorism”, The University of Chicago Press, 2010). Esa trampa retórica se advierte bien en el post comentado en el que se sostiene que “(…) una medida que limite la libertad del individuo ebrio, pese a su oposición, no sería considerada como una violación de su libertad (…)”. El autor expresa su apoyo a la medida porque, a su juicio, ayudaría a fomentar un clima de respeto hacia la comunidad.

Ahora bien, el “paternalismo libertario” parte de la premisa que los individuos estarían mejor si se les ayudara a actuar de una determinada manera reputada como deseable por terceros. En otras palabras, se asume que los individuos nos sentiremos mejor con políticas que restrinjan nuestro hábito de tomar porque, en realidad, eso es lo que querríamos si es que no sufriéramos de una situación de limitada información y racionalidad imperfecta. Nosotros querríamos, según parece ser, que la ciudad sea ordenada y tranquila y que lo sea mediante la abstención al trago a partir de determinada hora. Necesitamos, en esa línea, una guía, una “manito” un “empujoncito”, para darnos cuenta de lo que en verdad deberíamos querer.

Lo que no se dice es que un argumento libertario –a la peruana o como desee el autor- no asume que los individuos somos seres todopoderosos que todo lo vemos y que todo lo sabemos y que, en consecuencia, actuamos de forma perfecta siempre. La asunción es otra. La premisa es que los individuos sabemos mejor lo que nos conviene que terceros (por ejemplo, los funcionarios públicos). Y, en cualquier caso, se asume como un derecho de los individuos el cometer errores que, a la larga, podrían servir para mejorar la capacidad del propio individuo. Esto es así porque incluso una decisión equívoca tiene un efecto positivo potencial en el individuo que comete el error (la superación de la deficiencia informativa que evita que cometa errores a futuro).

Si eso es así, el argumento propuesto por el señor Campos se encuentra seriamente debilitado. No solamente parece dudoso que deba aceptarse que un funcionario está exento del propio problema de información imperfecta y racionalidad limitada que se plantea (y esto con respecto a la toma de decisiones que afectan al propio funcionario) sino que, además, cobra mayor evidencia la tesis de una asimetría informativa aún mayor con respecto a los deseos de terceros. Los costos que impone la racionalidad limitada e información imperfecta de un burócrata sobre él mismo, se encuentran distribuidos en cabeza de todos los infortunados ciudadanos dado que su toma de decisión no solo lo involucra sino que nos involucra a todos. Su decisión prohibitiva no se orienta a sí mismo –al menos no exclusivamente- sino a todos nosotros.

La otra alternativa es que se sostenga que, en realidad, los funcionarios públicos sí conocen mejor que nosotros lo que nos conviene y lo que deseamos. Y si eso es así, esa tesis de libertaria tiene nada. El argumento económico en contra del Plan Zanahoria se encuentra referido al momento de la intervención (este no es ya un argumento ideológico). Si no es sencillo para el Estado saber los efectos que la conducta de un individuo generará, es mejor intervenir si y solo si se produce el efecto indeseado. De lo contrario, estamos abogando por una regulación ex ante que nos afecta a todos sobre la base de nuestro conocimiento imperfecto (los que no tomamos, los que tomamos y no generamos efectos indeseados y los que tomamos y generamos efectos indebidos). Si se quiere promocionar hábitos, que se invierta en educación. Pero no empleemos la regulación pura y dura para promocionar lo que alguno estima deseable con la pretensión inadmisible, además, que no solo es deseable porque le parece sino porque debería parecernos si estuviéramos en nuestro sano juicio. Por el contrario, si asumimos que todos los individuos padecemos de información imperfecta y de una racionalidad limitada, debiéramos aceptar que es mejor sufrir por nuestra imperfecta condición que confiar en las medidas provenientes de la imperfección de un burócrata.

6 COMENTARIOS

  1. Qué tal Gustavo.
    Creo que tu crítica al Paternalismo libertario parte de un error del propio H. Campos. El Paternalismo Libertario planteado por Sunstein y Thaler no debe entenderse como que «se asume que los individuos nos sentiremos mejor con políticas que «restrinjan nuestro hábito» de tomar porque, en realidad, eso es lo que querríamos si es que no sufriéramos de una situación de limitada información y racionalidad imperfecta» (comillas agregadas). Esa concepción es falsa xq el paternalismo libertario no busca necesariamente restringir, sino persuadir. Me explico.

    1. El Derecho y Economía Conductual plantea un modelo económico muy similar al del AED, agregando el componente de la racionalidad acotada (que, como sabrás, no es lo mismo que la limitación de información, la irracionalidad o la ignorancia racional). Busca el mismo fin que el AED: eficiencia y predictibilidad de conductas.

    2. Ciertamente, el concepto de paternalismo no es compatible con la visión libertaria del AED (y creo también del Derecho y Economía Conductual), por lo que pese a que los distintos autores que han escrito sobre el tema utilizan dicho término en un sentido distinto al clásico, lo cierto es que, en la medida que el común de la gente lo asimila al “intervencionismo”, es mejor dejarlo de lado. Yo utilizaría el término «persuasión» libertaria.

    3. Es innegable que en muchos ámbitos, la gente no tiene preferencias claras y estables. Por el contrario, el individuo se ve influenciado constantemente por situaciones ajenas que condicionan sus preferencias . Así, se verá afectado por contextos, reglas supletorias, emociones, etcétera . Esto, como dije, nos los hace irracionales, sino que los hace racionales con lo que tienen y con las influencias contextuales.

    4.El aspecto “libertario” de la Persuasión Libertaria defiende la “libertad de elección” del individuo. Si la regulación planteada elige por éste, lo obliga a hacer o a no hacer, etcétera, interviniendo en su esfera de decisión, entonces no estamos hablando de Persuasión Libertaria, sino de Paternalismo. En concordancia con Milton y Rose Friedman, la gente debe ser libre de elegir . Por ello, “Cuando utilizamos el término libertario (…) simplemente nos estamos refiriendo a la conservación de la libertad” . En la Persuasión Libertaria que defiende el “Derecho y Economía Conductual”, el individuo será quien decida, en última instancia, si desea o no hacer suya la política. Ello implica que las opciones que se le presenten no deben generar costos de transacción importantes en el proceso de decisión que lleven a dicho individuo a descartar una de las opciones .

    6. Por su parte, una política es “persuasiva” en la medida que influye en la mejoría del bienestar del individuo a través de la utilización de herramientas de la psicología cognitiva y la economía conductual; no obstante es siempre el propio individuo quien finalmente escogerá de manera voluntaria entre las opciones propuestas (sin coacción o desinformación de por medio). Es decir, hace suya la política por decisión propia.

    7.¿Por qué la denominación de “persuasión”? Porque la libertad de elección del individuo no es vulnerada ni se le impone una carga a sus opciones, aunque sí se influye en su proceso de decisión. Si el individuo decide vivir en lugares inseguros, tener problemas de obesidad, tomar, fumar o no contratar un seguro médico, en principio, debería ser libre de elegir dichas opciones . Sin embargo, teniendo en cuenta que el bienestar general se condice con una sociedad saludable, libre de riesgos, segura y ordenada, entre otras cosas, las políticas públicas y la regulación de conductas deben apuntar a la búsqueda de una vida mejor para los individuos.

    8. En concordancia con lo anterior, el Derecho y Economía Conductual plantea que la forma en cómo se estructura la regulación tiene impactos importantes en las preferencias de la gente. Ciertamente, el Estado no está obligando al individuo, no lo coacta sobre su futuro ni le oculta información o prohíbe tomar alguna decisión, simplemente le presenta la información de tal manera que le da un “ligero empujón” para que decida eficientemente. Para que una política califique como un «nudge», «empujoncito» o «manito», no debe ser costosa en términos de costos de transacción para le individuo, ni debe prohibirle realizar conductas.

    9. Así, es claro que el Derecho y Economía Conductual, al igual que el AED, defiende la idea de que el Estado no debe intervenir en las decisiones del individuo, salvo cuando sea estrictamente necesario debido a la generación de externalidades e ineficiencias sociales. La diferencia radica en que cuando exista esa intervención, ésta debe ser estructurada correctamente para no generar distorsiones cognitivas que se alejen de la idea de la maximización del bienestar social.

    Por tanto, estoy de totalmente de acuerdo con tu crítica al Plan Zanahora, pero no puedo concordar en que ello califique como «paternalismo libertario» o, como prefiero llamarlo, «persuasión libertaria», porque el Plan Zanahoria no da un «empujoncito», sino que prohibe una conducta.

    Por cierto, y para dejar un punto más en claro, prohibir una conducta no es algo «satanizable». Pasarse una luz roja está prohibido, ya sea desde el Derecho y Economía Conductual o desde el AED. Las razones son las mismas: evitar la generación de externalidades e incentivar conductas deseables.

    Saludos;

    Mario

  2. Si la idea es reestrenar argumentos circularmente, sería más atinado resumir las ideas aquí dispersas de la siguiente manera: al señor Rodríguez le gusta desfigurar argumentos e ideologizar sus respuestas. Además, el tema del paternalismo libertario fue algo que se le comentó en su anterior post y nunca llegó a responder.

    Primera muestra de su afición por desfigurar argumentos:

    «Ahora bien, el “paternalismo libertario” parte de la premisa que los individuos estarían mejor si se les ayudara a actuar de una determinada manera reputada como deseable por terceros. En otras palabras, se asume que los individuos nos sentiremos mejor con políticas que restrinjan nuestro hábito de tomar porque, en realidad, eso es lo que querríamos si es que no sufriéramos de una situación de limitada información y racionalidad imperfecta.»

    En este párrafo la primera idea esbozada hasta el punto seguido es contradictoria con la segunda idea, que se desarrolla hasta el final. Según la primera, el paternalismo libertario busca que realicemos conductas que son consideradas deseables por terceros, mientras que la segunda idea subrayaría la noción de que lo que en realidad se busca es encontrar el resultado que uno mismo desea y valora, pero al que no pudo arribar debido al diseño de la «arquitectura de nuestras decisiones», que nos vuelven dependientes de la manera en la que recibimos la información que luego procesamos.

    En realidad esta explicación de la segunda idea del señor Rodríguez es bastante solidaria con lo que literalmente él explica del paternalismo libertario en todo su artículo, en el que no se da señales de haber, si quiera, «ojeado» el libro de Sustein y Thaler: «Nudge»; el cual desarrolla el concepto que se critica con tanta pasión. Al margen de esto, lo importante es aclarar que es la segunda idea la que desarrolló Joel Campos, y no la primera.

    Segunda muestra sobre la ideologización de su respuesta al problema:

    «Si eso es así, el argumento propuesto por el señor Campos se encuentra seriamente debilitado. No solamente parece dudoso que deba aceptarse que un funcionario está exento del propio problema de información imperfecta y racionalidad limitada que se plantea (y esto con respecto a la toma de decisiones que afectan al propio funcionario) sino que, además, cobra mayor evidencia la tesis de una asimetría informativa aún mayor con respecto a los deseos de terceros. Los costos que impone la racionalidad limitada e información imperfecta de un burócrata sobre él mismo, se encuentran distribuidos en cabeza de todos los infortunados ciudadanos dado que su toma de decisión no solo lo involucra sino que nos involucra a todos.»

    Más de uno podría pensar que se encuentra frente a una respuesta magistral, un verdadero descubrimiento que ni Joel, ni Cass Sunstein y ni siquiera el mismo Thaler pudieron advertir: ¿cómo imaginarse que es posible planificar estratégicamente conductas que sean implementadas por el Estado si el mismo está plagado por seres humanos, que para colmo -agregaría el señor Rodríguez- son burócratas?

    Bueno, la respuesta es de sentido común si se dispone de buen ánimo, paciencia y respeto por las ideas que en principio no nos agradan. Es posible diseñar -o encargar diseñar a psicólogos y economistas; lo aclaro aunque esto me parecía obvio desde un inicio- estrategias para la modificación de conductas sociales para que se orienten a fines que se valoran en la sociedad y por los individuos mismos -vale la aclaración, por si acaso también.- Y es posible porque lo que interfiere en nuestras elecciones según el paternalismo libertario, no es otra cosa sino el contexto y el orden en el que recibimos la información. Por lo tanto no es lo mismo estudiar comportamientos sobre la ingesta de alcohol y los accidentes de tránsito en una oficina, de la mano de expertos y con data suficiente, que reparar en el dilema de si luego de un par de cervezas uno aún se encuentra en condiciones de manejar unas cuantas cuadras, encontrándose uno en un bar.

    Pensar que toda política pública de este país se diseña únicamente con los prejuicios y la buena intención de un burócrata neófito en el tema objeto de intervención administrativa, es pecar de ingenuo o de comentarista ideologizado.

  3. Me parece magnífico que exista debate sobre el tema de este post. Quiero comentar brevemente algunas ideas planteadas.

    Primero a Mario: debo aceptar que no tengo una posición acabada con respecto al tema del mal llamado «paternalismo libertario». Yo reconozco que existen mecanismos para incentivar a la gente a actuar de una u otra forma. De hecho, la lógica económica explica que una sanción es visualizada como el precio por realizar una conducta. Yo estoy de acuerdo con todo tu diagnósitico. No creo que eso sea particularmente novedoso, sin embargo. Reconoces que hay externalidades negativas que merecen atención y eso mismo reconoce el AED. No se niega que existen diversas formas de generar incentivos (incluso, mediante el empleo de normas sociales). Pero insisto, no creo que la idea de emplear elementos persuasivos para generar incentivos para que las personas internalicen los efectos externos que generan sea el «aporte» novísimo que se pretende.

    Ahora a Edward: en primer lugar, mi post responde a una crítica. La crítica del señor Campos fue bastante académica y alturada y creo que mi respuesta también lo es. Pero cuando se me acusa de desfigurar argumentos e ideologizar ideas y, pero aún, de ni siquiera haber ojeado un libro, eso de alturado tiene nada. Precisamente en señal de respeto -el que el señor Dyer reclama- mi crítica se ocupó de cuestiones que a mi criterio eran teóricamente ambiguas. No hubo personalización alguna (como tampoco la hubo en el interesante post del señor Campos). En suma, más que citas a mi post y personalizaciones que no responderé (precisamente por respeto no sólo al señor Dyer sino a todos los lectores) no encuentro sustancia alguna que me permita contestar. Sí, es posible diseñar estrategias con la ayuda de economistas y psicológos… no creo que sea solamente posible, creo que debiera hacerse… la pregunta es… ¿y?

  4. Qué tal Gustavo;

    En realidad es todo lo contrario. Justamente el elemento “novísimo” es el de la persuasión. Quizá la confusión está en la poca claridad con la que cotidianamente hablamos de racionalidad.

    Por eso, es importante, diferencias qué se entiende por racionalidad en el lenguaje cotidiano y en el lenguaje económico clásico. En el día a día, cuando hablamos de alguien racional nos referimos a una persona razonable, cuyas acciones se guían de forma apropiada por consideraciones de sus valores e intereses; es un tema de sentido común. El término “racional” en economía es distinto; sólo se refiere a que las preferencias del individuo deben ser coherente, consistentes y constantes. Uno puede creer en lo que quiera, pero mientras seas coherente, consistente y constante, no serás irracional. Lo mismo se aplica a las preferencias. Puedes preferir ser odiado a ser amado, pero mientras tus preferencias sean consistentes, eres racional en términos económicos . Te invito a ver este video interesante de un discurso en la Universidad de Georgetown por parte de Kahneman, “fundador” de la teoría prospectiva en la que se sostiene el Derecho y Economía Conductual. (dehttp://fora.tv/2009/05/15/Nobelist_Daniel_Kahneman_on_Behavioral_Economics),o este otro, de Dan Ariely, sobre el efecto del contexto en las decisiones humanas (http://www.youtube.com/watch?v=JhjUJTw2i1M)

    Pero entonces, ¿dónde está lo innovador en la persuasión? Está en la idea de que la gente es racional acotada y que decide en función al contexto. Nuevamente, no confundamos racionalidad económica con razonabilidad. El ser racional acotado es tan razonable como el racional “neo-clásico”.

    De acuerdo a la teoría de la utilidad esperada, en la que se basa el AED, las preferencias con acontextuales, es decir, previas al contexto (esto se define por la invariancia). Por tanto, para un ser racional “neo-clásico” es indiferente el contexto. En realidad, la teoría de la utilidad esperada predecirá que siempre decidirá igual luego de un análisis costo beneficio.

    En cambio, el Derecho y Economía conductual (en realidad la teoría prospectiva), sugiere que las preferencias se forman de manera posterior al contexto. Así, al igual que en el AED, se sugiere que las preferencias son constantes, pero la diferencia está en que el DyEC dice que son constantes “dentro de un contexto”.

    La discusión puede sonar obvia, pero tiene impactos muy importantes en los modelos económicos de prediccion del comportamiento. Te lo pongo mediante un ejemplo esbozado por el propio Kahneman y Tversky (los porcentajes representan la cantidad de gente que eligió cada opción):

    “PROBLEMA 1
    Imagine que se están preparando para la propagación de una rara enfermedad asiática, la cual se espera mate a 600 personas. Se han propuesto dos programas alternativos para combatir la enfermedad. Asuma que los estimados científicos exactos de las consecuencias de los programas son:

    – Si se elige el programa A, 200 personas serán salvadas. (72%)
    – Si se elige el programa B, existe un tercio de probabilidades de que se salven las 600 personas y dos tercios de probabilidades de que nadie se salve. (28%)

    El problema 1 toma como punto de referencia posibilidad de que mueran las 600 personas. Como se espera, la gente, en su gran mayoría (72%), será adversa al riesgo y elegirá el programa A sobre el B. Ahora consideremos el mismo problema, pero coloquemos una descripción diferente de los supuestos:

    PROBLEMA 2
    – Si se elige el programa C, 400 personas morirán. (22%)
    – Si se elige el programa D, existe un tercio de probabilidades de que nadie muera y dos tercios de probabilidades de que las 600 personas mueran. (78%)”.

    Aunque es fácil reconocer que los programas C y D son exactamente iguales a los programas A y B, respectivamente, el punto de referencia en el problema 2 está en la posibilidad de que nadie muera. Bajo este contexto, la gente mayormente es propensa a asumir riesgos (78%).

    El ejemplo anterior demuestra cómo la presunción de la invariancia (o sea que el contexto no influye en las preferencias) es objetable, lo que obliga a reconsiderar el planteamiento de las políticas públicas cuando lo que se busca es la aceptación de estas por parte de la sociedad.

    Como ves, este ejemplo es ilustrativo y demuestra que el aspecto de la persuasión sí es el elemento novísimo del DyEC. La discusión no debe limitarse a un tema de sentido común, como lo ha hecho el señor Campos, sino que debe ir más allá y verificar las bases económicas detrás de la política pública.

    Saludos;

    Mario

  5. Bueno, el ¿y? es algo que no pareció quedar nada claro de acuerdo a los argumentos que presentó el señor Rodríguez en su momento. Si no ha encontrado nada valioso que responder, creo que nunca tuvo el ánimo de recibir críticas. He copiado partes textuales de su artículo donde se contradice, y a pesar de eso el señor Rodríguez cree que ello no amerita aclaración alguna.

    También he citado textualmente el argumento que indica que, como las deficiencias en las tomas de decisiones las tenemos todos, entonces esas también las tendrán los burócratas, lo que según el señor Rodrízguez nos lleva a una deduccción lógica, de acuerdo a la cual, la defensa del Plan Zanahoria de Joel Campos es errada y «contradictoria». Bueno, en mi respuesta le indiqué que de acuerdo al libro que Nudge, esas «fallas» en las tomas de decisiones se dan debido al contexto en el que se recibe y se procesa la información; por lo cual sí hay distinción entre quienes diseñan las políticas y quienes actuamos «en la cancha». Esto indica que, por el contrario, su crítica es desacertada por donde se le mire.

    No creo que el señor Rodríguez haya observado con claridad al menos esa parte del libro, porque doy por descontado que es una persona seria respecto a todos los temas que aborda y domina. No tuve intención de faltarle el respeto, sino por el contrario, de hacer evidente que una idea central del libro que estaba -entre otras ideas- siendo analizada y debatida, se estaba obviando y con ello se corría el riesgo de que el público se lleve una impresión errónea de la misma.

    Sí fui duro respecto a lo concerniente a la desfiguración que hizo el señor Rodríguez sobre los argumentos de Joel, pues creo que todos los autores se merecen un respeto mínimo a que sus ideas sean leídas a la mejor luz posible y sean tenidas en cuenta para sumar al debate, no para ser caricaturizadas cobardemente.

    El adjetivo de ideológico es puntual a la parte que destaqué y copié de su argumentación, no dije que todo su post fuese ideológico. Ese párrafo evidenciaba un fuerte prejuicio contra los funcionarios públicos que me parece infundado, trivial, mezquino y la verdad hasta suena a un refrito que ya cansa. Esto último así como todas las ideas vertidas no son en contra del señor Rodríguez a quien además no conozco, sino de las ideas puntuales esbozadas en su post. Por lo demás, sé, por los diferentes artículos que escribe, que es un profesional serio y que contribuye a los debates académicos.

  6. Creo que el punto clave del debate debe ser el siguiente (y es solo una idea, por cierto): no podemos asumir que toda posible acción regulatoria sea negativa por sí misma. Si los individuos desconocemos cierto efecto negativo del consumo de un producto X y existe costos de transacción elevados que impiden que el individuo conozca dicha información, y los efectos dañinos claramente superan los beneficios derivados del consumo, existen buenas razones economicas para pensar que, quizás y solo quizás, pueda haber lugar para la intervención del Estado. Pero éste es un argumento económico y no uno paternalista. Hay intervenciones que pueden defenderse económicamente y otras que solo pueden defenderse paternalistamente. Y he mencionado el quizás a propósito porque creo firmemente que, siendo la adquisición de información una actividad costosa, existe una situación altamente probable de «ignorancia racional». Pero vamos… más allá de todo esto, creo que hemos arribado a un punto de no retorno aunque el debate es ciertamente saludable. Demostración, constante debo decir, que los blogs son un excelente canal de diálogo e intercambio de ideas. Me sigue causando cierta curiosidad, debo decirlo, que se me diga que no hubo intención (en un caso puntual) de faltarme el respeto y posteriormente se diga abiertamente que habría intentado caricaturizar cobardamente (en esos términos) las ideas de otro. ¡Vaya forma de mantener un debate alturado! Más allá del mal sabor de boca que me deja esa intervención (y no porque no tenga el ánimo de recibir críticas porque cualquiera que escribe en un blog y que además sabe que existe la opción que la gente comente, está asumiendo los riesgos de exponerse a la crítica), me causa satisfacción que el tema genere debate e interès. No compartiremos puntos de vista pero al menos demuestra que estamos en capacidad de expresar opiniones. Y que maravilloso que Enfoque Derecho siga siendo pionero en abrir puertas y ventanas al debate. Solo puedo decir que el día que el Estado decida intervenir en este blog, será el fin de la historia tal y como la conocemos.

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