Hace pocos días, en Buenos Aires, se reunió la Sociedad Mont Pelerin -organización que agrupa a los más importantes liberales del mundo-, tal como se congregaron en 1947 un grupo de librepensadores multidisciplinarios con el objetivo de facilitar el intercambio de ideas de cara a la defensa de la obra más preciada del hombre occidental: la libertad.

Resultaría pues paradójico (curioso, al menos) que sea éste el escenario donde nuestro Nobel, don Mario Vargas Llosa, defienda la argumentación del voto a favor de la candidatura humalista. No obstante, para quienes estuvimos presentes esa noche, la proclama no extrañó; corría el rumor de dicha posición y las molestias eran evidentes. En Lima, apenas arribado, las llamadas no tardaron. ¿Qué dijo? ¿Por qué lo dijo? Preguntas proseguidas de ofensas y calumnias.

En lo personal, discrepo de don Mario. Creo que la candidatura nacionalista es parte de ese agresivo virus que recorre Latinoamérica (como bien nos lo ha recordado don Mario tantas veces) enfangando en el populismo, el militarismo y el totalitarismo a pueblos que requieren de libertad, democracia y desarrollo en un marco de orden constitucional. Pero ésa es mi opinión. No compartir una postura no implica irrespetarla, menos aún acribillar al mensajero.

Y es que de eso se trata la cultura de la libertad: de opinar, criticar, discrepar y actuar, finalmente, como uno cree, y reconocer que los otros, aun (y sobre todo) cuando deliberen contrariamente, adueñan similares derechos. No actuar en dicha línea es practicar el autoritarismo que supuestamente se combate.

Para el místico, Dios existe; para el ateo, no. No obstante, ambos mantienen sus creencias por fe, lo que consideren «evidencias» o, simplemente, presentimientos. Ninguno puede probar fehacientemente la existencia o no existencia de Dios; empero, esas creencias bastan para formarse una opinión y actuar según dicta dicha postura.

Por eso es que no votaré por Ollanta Humala: porque no creo -en base a sus acciones, declaraciones, colaboradores y documentos- que se haya «moderado»; él atenta contra todo aquello que valoro y que considero es nuestro principal activo: la libertad de pensar y actuar. Ello, sin duda, no demuestra que su contrincante represente una opción liberal. Empero, no necesito de dicha demostración. Sólo me bastan las creencias formadas de ambas personas, planes y socios, en una suerte de Navaja de Ockham electoral. ¿Sólo fe? Disiento: hay suficiente data que soporta mi postura.

Defender la libertad implica, primero, aceptar a los individuos como tales, ideas, posiciones y acciones mediante. Esto nos lo ha transmitido don Mario durante décadas. Respetemos su opinión, como estoy seguro él respeta la nuestra.

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