Por: Pablo Panizo
Estudiante de Periodismo de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya;

Y: Raúl Lescano
Estudiante de Periodismo de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y escritor en la revista IDL

La ley peruana te permite poseer algo que te prohíbe obtener. Vacío legal, lo llaman. Un vacío lleno de prácticas entre la legalidad y la ilegalidad donde se desconoce quién es el bueno y quién es el malo, ni si los hay realmente. Un limbo en el que los usuarios de marihuana muchas veces no saben de qué lado de la ley están y en el que los policías tienen que apelar al “criterio personal” para actuar.

Son muchas las variantes legales a nivel mundial respecto a esta sustancia. El Perú tiene una particular. El artículo 299 del Código Penal permite la posesión hasta de ocho gramos de marihuana, considerándola de consumo personal, pero prohíbe su venta y su cultivo. Debido a ello, el microcomercio al que tienen que recurrir los usuarios es un espacio lleno de relaciones rápidas, intereses oportunos y, sobre todo, peligros.

Manuel (22) es estudiante universitario y hasta hace poco fue vendedor de marihuana. Lo dejó, aunque aún fuma diariamente. Él asegura que la posesión no punible que configura el artículo 299 del CP no se aplica en la práctica. “Así tengas cinco gramos, igual te detienen para ‘pantallarte’, ver si tienes requisitoreo o antecedentes. Eso es tiempo, te pueden mantener detenido hasta por quince días para investigación, y es roche para tu familia y para ti, por lo que pagas (una coima). Por cinco gramos puedes pagar entre 50 o 100 soles, eso depende de lo que quiera el policía”, afirma.

COMPRAR

Alberto (25) pacta por teléfono una compra. En La Victoria, a pocas cuadras del Estadio Nacional, tras encontrarse con los vendedores, saca la plata. Los segundos que demora el intercambiar marihuana por dinero es el tiempo en los que Alberto es un delincuente. De pronto, escucha la sirena de una patrulla policial y la orden de detenerse por el altavoz. Aunque la transacción ilegal ya se dio y ahora solo la posee legalmente, corre entre el tráfico paralizado temiendo ser capturado. Huye de la escena. Tuvo suerte. “Si me hubieran alcanzado me habrían detenido, igual que al tipo que me la vendió”, asegura.

Conversamos con el Técnico PNP Rolando Alza, del puesto de auxilio rápido (PAR) de Santa Cruz, en Miraflores.

– Si uno tiene ocho gramos…
– Es legal – responde.
– Pero teniendo que haber hecho algo ilegal
– La obtención, claro.
– Entonces…
– Es la ley

Las intervenciones como las descritas arriba son furtivas y ocasionales, señala. “La venta de drogas se hace mayormente en forma reservada. Si tú vez que estoy viniendo, te haces el loco y te metes a tu casa”.

Las estrategias policiales contra el comercio de marihuana son planificadas, de inteligencia, y apuntan a los vendedores, aclara. “Primero se ubica el lugar o la persona que vende y se manda policías encubiertos. ‘Hermano, hierbita, yo sé que tu vendes’. Una vez que me ha vendido doy una pequeña señal para que venga la gente fuerte y se interviene toda la casa”, explica.

Historias similares son el pan de cada día. “Otra semejante fue en Santa Anita, zona que le llaman el Chaparral, cerca al KFC”, relata Alberto. “Queríamos aprovisionarnos para semana santa. El lugar es horrible, un callejón muy feo. Llegando al lugar encontramos a dos tipos sentados y al lado unos ladrillos. Abajo había unas bolsas de donde sacaron unos paquetes de periódico donde estaba la hierba. Aparecieron policías por ambos lados del callejón. Tuvimos que trepar al techo de una de las casas y saltar hacia un parque colindante. A ese tipo de cosas te expones cuando vas a comprar”.

Ser objeto de una intervención policial no es el único peligro. Alejandro (26), autor del blog Cannabis Perú y estudiante de lingüística en la UNMSM, señala que las zonas específicas donde suelen trabajar los comerciantes son generalmente peligrosas. Otro de los riesgos a los que se enfrenta el comprador es a la exposición a drogas fuertes que se ofrecen en el mismo punto, como cocaína, pasta básica, LSD, MDMA u hongos. “Poco a poco, por esa exposición, tal vez algún día el comprador se vea tentado a probar otra”, advierte. Aunque pocos, los dealers (nombre con el que se conoce a los comercializadores) que hacen entregas a domicilio por un precio mayor también existen en este mercado.

Además de la violencia que rodea este submundo, Luís Gavancho, fundador de la asociación Legaliza Perú (LP), añade el peligro de hacerse de una marihuana cuya procedencia es desconocida. El origen de la marihuana que se expende en Lima suelen ser clandestinos sembríos en chacras fuera de la ciudad, de clima propicio para la siembra. Al cultivador se le compra en grandes cantidades y se le paga poco.

Alguien debe correr el riesgo del traslado desde ese punto hasta la ciudad. Opacar el fuerte olor es una de las previsiones que más toman en cuenta. En países como Argentina o Uruguay, mucha de la marihuana de campo que se consume llega desde Paraguay prensada en caucho, su sabor se mantiene en los cogollos y al prenderse despide olor a manifestación.

Una vez en la ciudad pasa a los siguientes intermediarios, quienes la empaquetan y revenden al tercer eslabón de la cadena, los dealers. La cantidad promedio es de unos 250 gramos de un par de kilos que han adquirido, señala Alejandro. En ocho ventas, el comprador habrá distribuido toda la droga.

La adulteración de cannabis (nombre científico de la marihuana) no es usual ni sencilla, a diferencia de drogas como la cocaína o el MDMA, las cuales son fácilmente ‘pateadas’ con cal en el caso de la primera, o ketamina en el caso de la segunda. A lo mucho se le altera el aroma o el sabor, dependiendo de los gustos. Pero sí existe un problema de falta de control. “No diría que es un crimen realmente organizado sino que son más bien redes insipientes. No es como los cárteles donde todos trabajan para alguien, son más relaciones de oferta y demanda”, acota Gavancho.

La Asociación Legaliza Perú no plantea, como haría pensar su nombre, la legalización de la marihuana en general. Su objetivo concreto es la despenalización del cultivo para consumo personal, buscando suprimir el vínculo entre usuarios y comerciantes.

“La marihuana siempre ha estado ahí, desde hace miles de años, y siempre estará. El punto es que tenemos que sacarla de las manos donde últimamente ha estado a partir de la prohibición, que son las manos de los narcotraficantes, y llevarla a las manos de los usuarios en sí”, aclara su representante.

VENDER

Según informes de CEDRO del año 2005, un microcomercializador exitoso puede obtener entre 30 y 100 soles diarios dependiendo del número de horas que le dedique, las ventajas comparativas de su ubicación y la amplitud de su clientela.

Ernesto (27) no es comerciante, pero ha vendido en el pasado. “No me agrada hacerlo por tiempo prolongado porque pueden seguir la pista. Es mejor mantenerse fuera de la venta”. Un amigo le informó que quería deshacerse de parte de una compra que había realizado y él aceptó. Publicó un anuncio en un foro de internet dedicado al tema del cannabis y, pasadas solo dos semanas, conoció entre 50 a 60 personas que nunca antes había visto. La ganancia: 150% de la inversión.

La misma proporción ganaba Manuel vendiendo la variedad de catálogo ‘Ice Cream’. Adquiría una ‘zeta’ (una onza, 28 gramos) por trescientos soles y la vendía a 50 soles por tres gramos. Poco más de 450 soles.

En la venta a pequeña escala, los cultivos de interior son más rentables. Las semillas importadas de Europa, el tiempo que se dedica al cultivo, la inversión en abono, fertilizantes, vitaminas y macetas, además del riesgo de una redada policial, son todos factores que elevan el precio y focaliza su público en usuarios conocedores.

“Una sola planta, si está bien cuidada y no es autofloreciente –de florecimiento más rápido aunque más pequeñas- puede producir 250 gramos. Si tienes unas cinco o seis en una casa, es un montón (de dinero). Si es de calidad, más aún, considerando que se vende por gramo. Eso explica por qué la gente se arriesga a cultivar”, calcula Alejandro, quien ha cultivado más de una vez para consumo personal. La ley no distingue entre calidades de marihuana y solo se basa en el peso, por lo que las variedad de catálogo son más seguras, al venderse menos por un precio mayor al de la marihuana regular, como el ‘skan’, comúnmente consumida en Lima desde mediados de los años 90.

Fidel (23, estudiante universitario) también fue vendedor ocasional, aunque decidió dejarlo. “Alguien que se dedica a la venta es alguien que se arriesga demasiado. Una cosa es tener huevos y otra cosa ya es delinquir. Yo puedo estar todo lo en contra que quiera sobre la ilegalidad de la marihuana, pero tampoco puedo irme sobre las normas porque termino perjudicando a la gente que está a mi alrededor”, afirma.

CULTIVAR

Más allá de si el usuario quiso evadir o no los peligros de la compra, el cultivo es ilegal. Sin embargo, en lo que configura un segundo vacío, la venta de semillas es completamente legal. Es decir, la ley peruana también te permite comprar algo cuya finalidad está prohibida.

Al no haber florecido aún el THC (tetrahidrocannabinol, sustancia psicoactiva que configura la naturaleza de droga de la marihuana), las semillas tienen luz verde en el mercado. En el mercado de souvenirs, vale la aclaración. Las empresas que las venden aclaran en sus envases no hacerse responsables por el mal uso que se les pueda dar.

Portales como alchimiaweb o igrowshop realizan el servicio en países como Colombia, Argentina o Perú, donde la legislación lo permite. “A un amigo le enviaron de España dos paquetes de White Widow (marihuana de alta calidad) que le llegaron tranquilamente a su casa en un paquete certificado del correo. Son paquetes discretos, que no aparentan lo que son”, nos cuenta Alejandro. Él espera actualmente por su primer envío por internet: un mix de semillas autoflorecientes encargadas desde Barcelona.

La pena por el cultivo puede ser no menor de ocho ni mayor de quince años. Sin embargo, hay quienes confían en que su hogar es la opción más segura ante los peligros de adquirirla en la calle. Pero algunos, como Marcelo (24), que fuma desde los 18 años, si bien muchas veces se ha planteado la idea de cultivar en su casa, la preocupación por ser descubierto por su familia lo contiene. “Obviamente es más seguro que comprarla, pero el temor es a que te ampayen. Yo vivo con mis abuelos”, confiesa.

Ante las prohibiciones y los medios, los cultivos de guerrilla es una de las técnicas alternativas utilizadas. Se trata de cultivar en áreas públicas como parques o descampados. Con discreción durante el riego o incluso mediante sistemas automáticos, se intenta mantener el crecimiento de la planta y el anonimato de su cultivador. De esta forma se evitan problemas: si la encuentran, no sabrán quién la plantó.

FUMAR

La ley no se basa en si la marihuana es buena o mala. Fumar no es ilegal. Pero si se hace en un espacio público es una falta contra las buenas costumbres. “Si quieres consumir, perfecto, ándate a tu casa. Es como los que toman cerveza en la calle. Está prohibido, no lo digo yo”, explica el Técnico Alza.

Siguiendo la comparación del oficial entre fumadores y bebedores, en la etapa escolar, por ejemplo, los consumidores de cannabis con riesgo a ser problemáticos son un 51%, mientras que el mismo problema en los bebedores alcanza el 60%, según El III Estudio Nacional de Prevención y Consumo de Drogas en Escolares, realizado por DEVIDA en el 2009. En este estudio, por ‘problemático’ se entiende complicaciones en la salud, en lo psicológico, en lo social y conductas que puedan poner en riesgo la vida.

“La criminalización del consumidor es social”, apunta Gavancho. “Legalmente no hay pena por la posesión o consumo en las cantidades establecidas en el código penal. Socialmente está criminalizado y de esto se aprovechan los elementos de la policía, así como de la desinformación de los propios usuarios”.

Los usuarios señalan entre los abusos amenazas con ser detenidos y conducidos a la comisaría, la ‘siembra’ (colocar en sus bolsillos o al interior del automóvil más droga), revisiones forzadas e interrogatorios. Ellos coincidieron que los que conocen sus derechos igual tienen problemas en la calle, les hacen pasar un mal rato, pero no les pueden quitar sus pertenencias ni llevarlos a la comisaría.

Ernesto, por ejemplo, tuvo que pagar con sus amigos diez soles a cada uno de los tres policías que los intervinieron en la puerta del bar Etnias en el Centro de Lima. “Estaba armando un porro pequeño. Dos o tres gramos (sic). Me tocan la espalda y tres policías en una Pathfinder ya estaban ahí. Nos metieron a la camioneta. Dentro dí las explicaciones de las cantidades y no entendían razón, nos dijeron que estaban en un operativo y que nosotros habíamos caídos en él y que éramos piñas”. Al final los dejaron ir y les devolvieron la marihuana. ¿Cuál era la falta entonces?

– Eso es criterio. Son criterios personales. Yo tengo mi criterio y cada uno tiene su criterio – dice el Técnico Alza después de pensar un rato su respuesta.
– Siendo solo una falta ¿por qué se le interroga?
– La finalidad es saber quién te vende. Esa persona que te vende tiene mayor cantidad de droga y es comercializador. Se ve quién es el que proporciona a la zona. No te está dañando únicamente a ti, sino a muchos jóvenes. Ya tú eres una fuente de información para la policía.
– ¿Por más que esté en la legalidad es sospechoso?
– Toda persona es sospechosa, pero nadie es culpable hasta que se demuestre el delito o la falta.

Andrea (18) y Ana Lucía (19) fueron sospechosas. No estaban comprando ni fumando. Estaban desmoñando (deshojando la hierba) para armar un porro. Un hombre se les acerca y les queda mirando. Se va. Rato después regresa el mismo sujeto vestido de policía y les dice que lo tienen que acompañar. Aparece un patrullero y dos serenazgos en moto. El primer policía indica a los serenos que revisen el jardín para encontrar los ‘ketes’ (envoltorios de cocaína) que aseguraba ellas tenían. No encuentran nada. Les informan que tienen que ir a la comisaría porque hay que revisarlas y ellos no pueden porque son hombres.

En la comisaría las revisan por separado. “Ni nos revisaron bien. Me levantaron el polo, como si fuera burrier. No me revisaron ni siquiera los bolsillos ni las zapatillas”. Nuevamente no encontraron nada. Pueden retirarse, les dijeron. Andrea y Ana Lucía no saben siquiera si han sido consignadas en el registro policial. Salieron lo más rápido que pudieron.

Quizá por los peligros y la cantidad de previsiones que debe tomarse, entre los fumadores suele existir una especie de ética de compartir marihuana. “La gente nunca te dice ‘no, no te voy a invitar mi troncho’, como si dijese ‘me estoy comiendo un sándwich y no te lo voy a invitar”, opina Fidel, quien fumó su primer huiro a los once años. “También está el hecho de presión social. Por más relajado que se esté, siempre se sabe que se está haciendo algo que no está bien. De repente no es adrede, pero existe algo de ‘compartir la culpa’”, admite.

*Artículo republicado con permiso. El documento original puede encontrarse en el siguiente enlace:  http://irseenfloro.wordpress.com/2011/12/01/143/

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