En la introducción (él la llamaba, “Notas al Margen”) de su libro “El Ángulo Agudo”, Sofocleto cuenta que se especializó en la elaboración de monólogos porque en determinado momento de su vida estaba desesperado de no tener con quién mantener un diálogo “que no versara sobre cojudeces y lugares comunes”. Debo haber leído ese libro a los trece años y desde luego se trata de una obra humorística. Sin embargo, salvando las distancias, en mi vida –especialmente en mi vida profesional– he encontrado que es fácil identificarse con ese sentimiento.

En el año 1999, trabajaba en CONASEV (ahora Superintendencia del Mercado de Valores) en un caso que involucraba manipulación de precios en bolsa y uso indebido de información privilegiada. El caso era bastante complicado y sofisticado; habíamos estado investigándolo prácticamente a tiempo completo por más de un año y medio. Un día nos tocaba discutir nuestros hallazgos con las más altas autoridades de CONASEV. La reunión, que prometía ser bastante prolongada, inició con varios minutos de conversación casual. Para mi sorpresa, durante esos minutos la conversación versó exclusivamente sobre un programa de televisión de la noche anterior donde, aparentemente, habían grabado a un futbolista besándose con una vedette. Durante más de diez minutos, los altos funcionarios de CONASEV se relataban y repetían muy entusiastamente los unos a los otros aquello que todos habían visto. Yo tenía veintiséis años y apenas dos de ejercicio profesional. Recuerdo haberme sentido profundamente decepcionado. Es decir, esta gente había tenido una buena educación, tenía un buen trabajo, era gente medianamente inteligente, con un cierto nivel de éxito profesional, y ocupaban su tiempo (me resisto a decir “su mente”)… ¿en estas cojudeces?

No quisiera ser malinterpretado. No soy esnob o, al menos, no creo serlo; por lo tanto no estoy sosteniendo que a todo el mundo deba gustarle –o deba fingir que le gusta– Mozart, que se debe despreciar el cine “comercial” o que sólo debe conversarse acerca del calentamiento global. Sólo creo que hay entretenimiento “chatarra”. Y así como no hace daño comer una pizza o un helado de vez en cuando, pero su consumo demasiado frecuente tiene efectos nocivos en el cuerpo, el excesivo consumo de entretenimiento “chatarra” (chabacano, barato, vulgar) definitivamente tiene efectos nocivos en la mente. De hecho, creo que la embrutece.

Uno esperaría por lo tanto que, al menos de vez en cuando, la gente sea capaz de conversar de algo distinto al último escándalo manufacturado por la prensa amarillista, los chismes de la farándula, los chismes de la política (cada vez hay menos diferencia entre ellos) o el fútbol.

Pero si la cojudez es una realidad patente –seguramente volveré a ocuparme de ella en otra ocasión– son más preocupantes los lugares comunes. Quizás el lector no está familiarizado con esta expresión: “lugar común”. Un lugar común es una idea prosaica, poco original, trivial o que simplemente no tiene contenido.

Califico los lugares comunes como preocupantes porque una cosa es que la gente decida entretenerse ocupándose de cojudeces. Esto, después de todo, es una decisión consciente sobre todo tratándose de personas que tienen otras opciones. Sin embargo, se cae en los lugares comunes cuando se está hablando en serio, inclusive cuando se está pretendiendo parecer reflexivo o intelectual. El resultado, desde luego, es el contrario: se repite de manera irreflexiva frases o ideas preconcebidas y poco pensadas, que muchas veces se distrazan de (falsa) sabiduría popular.

Habiendo sido amablemente invitado por los organizadores de Enfoque Derecho, he decidido pues realizar algunas colaboraciones en las que trataré de referirme a temas que para mí califican como lugares comunes. El mundo del Derecho, en el que me desenvuelvo profesionalmente, es lamentablemente una fábrica de lugares comunes. Esto se debe a que el Derecho tiene que ver con muchos aspectos de la vida cotidiana y a que todos tenemos la idea equivocada de que cada vez que hay un problema, la solución pasa por aprobar o modificar alguna norma legal. Esto no es necesariamente correcto y, en muchos casos, es precisamente lo contrario de lo que debe hacerse.

En esta serie de colaboraciones, no pretendo tener todas las respuestas para los temas que trataré. Únicamente tengo por objeto motivar una reflexión que intente enfocar problemas comunes y cotidianos desde una perspectiva poco explorada (difícilmente ofreceré una pespectiva auténticamente “nueva”). Con suerte, alguien reflexionará sobre estos mismos temas –tal vez para contradecirme– y llegará a una verdadera solución.

4 COMENTARIOS

  1. Sí, está usted en lo cierto; a temprana edad he podido advertir las vanalidades «afrodidisíacas» en las que gustosamente se abandonan personajes de diverso oficio, estirpe y condición socioeconómica; esto también es parte de la libertad de empresa, me refeiro a que no existe un control de calidad en los medios de comunicación, bajo el pretexto de atentar contra la libertad de expresión, entre otras pataletas.

  2. Usted ha dado en el blanco del problema, que aqueja a nuestra sociedad, aunque para ella su escrito sería una diatriba. La cultura para este gran monstruo se resume en lo vano y superfluo de la vida. La verdadera cultura queda soslayada y vilipendiada, la cultura que educa es despreciada y cambiada por los chismes baratos, la farándula y toda esa gran maraña de dizque conocimiento. Conocimiento de mediocres, que ayuda sólo a tener un círculo amical numérico. Esto es el subdesarrollo. Y de qué tanto nos quejamos, sino hacemos nada por cambiar??? !!!El cambio es tener una buena educación!!

  3. Tus atinados comentarios, concluye en que la cultura chicha, se da en todos los niveles culturales y no conoce estrato social.
    Pienso que el Derecho, es un dogma con lineamientos claros y precisos para que la sociedad los respete y no se hacen o modifican al compás y cajón de un solicitante.
    Actualmente, nuestra juventud, resulta tener mejores oportunidades de aprendizaje y elección, por lo que considero que son ellos los responsables que nuestra cultura cambie, para salir de la mediocridad en que nos encontramos.

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