Traducido por Ariana Lira. Republicado y traducido con permiso de los autores. El artículo original se encuentra aquí.

No creo que las diferencias en juicios de valores sean la principal razón del desacuerdo entre los economistas sobre cuánto gravar con impuestos a los individuos con diferentes niveles de riqueza e ingresos. Estos juicios de valor incluyen opiniones sobre qué tanto de los altos ingresos se debe a suerte, si los individuos de ingresos altos “merecen” sus ingresos, o si existe el “libre albedrío”. Aquellas consideraciones, sin embargo, puede que sean más importantes entre el público en general dado que, por ejemplo, puede que ellos no quieran que se les imponga impuestos más altos a Steve Jobs o a Brad Pitt porque admiran a estos (y a algunos otros) individuos exitosos y sus logros.

Para los economistas, las diferencias entre opiniones sobre cómo debería ser la estructura de impuestos y sobre otras políticas básicamente se reduce a diferentes creencias acerca de cómo los impuestos y otras políticas afectan el comportamiento. Por ejemplo, los economistas que apoyan que se imponga impuestos mucho más altos  a los individuos de mayores ingresos creen que los impuestos más altos no afectarán en gran medida qué tanto trabajan estos individuos, su propensión a empezar negocios, u otros tipos de comportamiento. Por otro lado, otros economistas, incluyéndome a mí, creen que los altos tipos impositivos marginales no sólo desincentivan el esfuerzo y otras decisiones en aquellos que son gravados, sino que además afectan la forma en la que estos perciben sus ingresos. Estos ajustes incluyen incrementos en remuneraciones no gravables, tales como mayor uso del avión de una compañía, contratar contadores y abogados caros para buscar lagunas legales en el código tributario, convertir el ingreso en ganancias de capital, dado que estas ganancias son gravadas a menores tasas, e invertir en el extranjero si los ingresos obtenidos allí son gravados a menores tasas.

Desafortunadamente, la evidencia empírica acumulada hasta ahora no apoya conclusivamente ninguno de los enfoques. No es claro qué tan grande es el efecto del aumento del impuesto a la renta en el comportamiento de los individuos más ricos. La evidencia relevante está incrementando, pero hasta ahora diferentes las percepciones de estos efectos previenen la solución de las agudas diferencias, incluso entre economistas apolíticos, de opiniones sobre el daño hecho por tasas marginales impositivas elevadas.

El punto importante para nuestra discusión es que las creencias acerca de la importancia de la buena o mala suerte para determinar altos o bajos ingresos usualmente no es la fuente decisiva de las diferencias en posturas respecto a tasas de impuestos y otras políticas públicas. Por ejemplo, uno podría creer correctamente que la suerte juega un rol importante en determinar los genes, la educación y otras oportunidades de los individuos altamente exitosos, y aun así creer que altas tasas de impuestos en sus ingresos inducirían cambios mayores en su comportamiento. Inversamente, uno podría creer que la suerte es irrelevante en la determinación del éxito, y al mismo tiempo creer que tasas de impuestos altas en individuos ricos afectarían mínimamente su comportamiento. Y, por supuesto, son posibles muchas otras combinaciones acerca de la relación entre el rol de la suerte en los logros y las respuestas inducidas por los impuestos y a otras políticas.

Un ejemplo ilustrativo conocido sobre la conexión entre la suerte y el comportamiento es la postura a favor de un impuesto único a la tierra no mejorada, propuesto en el siglo XIX por el economista estadounidense Henry George. Su argumento era que la calidad intrínseca de la tierra se debía enteramente a la suerte de su locación con respecto al suelo, la lluvia, la luz solar y otros determinantes relevantes de la productividad de la tierra. Esto llevó a George a argumentar que imponer gravámenes altos al valor más alto de la mejor tierra no mejorada alzaría considerablemente los ingresos, y aun así sin causar daños, dado que el valor de la tierra no mejorada es determinada completamente por su buena suerte en la locación. Los críticos de su propuesta de “impuesto único” respondieron que, mientras George no quería gravar el valor debido al uso intensivo de fertilizantes, maquinaria y otras inversiones agrícolas, en la práctica es imposible separar adecuadamente el valor no mejorado del valor total. Como resultado, algunas de las inversiones en la tierra serían también gravadas. Estas inversiones agrícolas ciertamente serían afectadas por los impuestos a la tierra, a pesar de que la locación de la tierra con respecto a la luz solar, el suelo, etcétera es enteramente cuestión de suerte.

Mi conclusión es que aunque la suerte juega un rol importante en determinar genes, familia, educación y otros determinantes de éxito o fracaso, esto no implica mucho sobre las tasas de impuestos deseables y otras políticas públicas.

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