Durante los últimos días, las encuestas en Venezuela han demostrado una reducción en la distancia de intención de voto entre Nicolás Maduro y su opositor Henrique Capriles. Los 7,2 puntos porcentuales que separan a los candidatos resultan esperanzadores para muchos simpatizantes de Henrique Capriles que ven el día de hoy uno que marcará un momento decisorio para el destino de los venezolanos: la continuación del modelo chavista o un punto de inflexión con miras hacia acuciantes reformas económicas, donde se recupere la garantía de vivir en libertad. Sin embargo, la balanza sigue estando inclinada hacia el sucesor chavista, con una intención de voto de 44,4% frente a un 37,2% correspondiente a Capriles, que bien podría explicarse dada la emotiva ola generada tras la muerte de Chávez en la población. Nosotros, sin embargo, sostenemos que Nicolás Maduro, de triunfar en el proceso electoral, no podrá continuar con el “Socialismo del Siglo XXI”o, al menos, no por mucho tiempo.
Estamos ante un proceso marcado por la inequidad y la violencia. De parte de los medios de comunicación, Maduro ha obtenido un total de 65 horas televisadas y Capriles tan sólo 23 minutos. Además, la oposición se enfrenta a una persona cuyos fondos provienen de una empresa que nunca liquidará, el Estado. Toda la semana pasada ocurrieron muertes de miembros del partido opositor: se registraron uno a más homicidios diarios. En su mayoría, estos últimos actos de violencia se dan gracias a la Brigada Bolivariana que creó Chávez y que registra a 200 mil personas armadas. Dado este escenario, ¿es posible llevar a cabo unas elecciones democráticas en un país que elogia la violencia y el incumplimiento de las leyes?
El modelo populista creado por Hugo Chávez, bautizado por él mismo como el “Socialismo del siglo XXI”, se hizo posible debido al boom de los precios del petróleo en el año 2004. Dichas circunstancias permitieron a Chávez financiar medidas populistas a través de la ejecución de un gasto público intensivo. Los programas sociales que han servido de sustento para la legitimación y hasta glorificación de Chávez no hubieran sido sostenibles si no hubiese sido posible apoyarse en dicho recurso.
Hoy, sin embargo, las circunstancias no son las mismas: ni los precios del petróleo alcanzan niveles tan altos, ni existe la inversión suficiente para su producción (esto último debido en gran parte a la axiomática oposición chavista frente a la inversión extranjera). Además, el país atraviesa una aguda crisis financiera que exige reformas inminentes frente a una baja de producción del 12% entre el 2001 y el 2011. Las políticas populistas de gasto público masivo ejecutadas por Chávez durante el 2012 han creado un escenario económico alarmante en el Estado bolivariano: la inflación es de más del 20%, el déficit fiscal asciende a 16% del PBI y la escasez alimentaria es verdaderamente preocupante.
En el caso hipotético de que resulte elegido, Nicolás Maduro no sólo iniciará su mandato con la desventaja de carecer el carisma y la retórica de Hugo Chávez, sino que no podrá continuar con el modelo populista chavista de gasto público masivo ni con una “diplomacia petrolera” hacia sus países aliados por mucho tiempo. Esto no significa, por supuesto, que el modelo económico chavista desaparecerá automáticamente. Sin duda tomará tiempo. De hecho, es muy probable que Maduro continue –y acentúe– su discurso antiimperialista y populista como mecanismo de defensa ante la presión de tener que llenar zapatos tan grandes mientras es vigilado por una población en luto. Empero, por más difusión que goce el discurso, lo más probable es que con el tiempo el chavismo se quede cada vez más en el vacuo terreno de las palabras y menos en el de los hechos. Tarde o temprano, el sucesor de Chávez deberá realizar duras e impopulares reformas, tales como devaluar el bolívar nuevamente, reducir el gasto público, aumentar el precio de la gasolina y terminar con los subsidios petroleros hacia sus países aliados. Esto último golpeará duramente a países como Cuba, Nicaragua, Bolivia y Haití, por nombrar algunos. Cuba recibe de parte de Venezuela un aproximado de US$3,200 millones anuales en petróleo, con lo que cubre el 50% de sus necesidades de consumo. Nicaragua, por su parte, recibe el equivalente de US$1.200 millones en financiamiento petrolero.
El panorama político que enfrentará el siguiente congreso venezolano también será muy distinto al de los 14 años de gobierno de Chávez. Esta vez, la oposición tendrá mayor participación política en tanto representan un extenso bloque que deberá ser respetado por Maduro de acuerdo al pacto conciliador que Chávez dejó en las últimas elecciones. De este modo, la oposición deberá poder acceder a puestos representativos en el Congreso, así como ocupar cargos en instituciones hoy parcializadas hacia el chavismo como el Poder Judicial, el Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo Nacional Electoral. Esta acción podrá llevar a cabo una efectiva lucha contra el problema de la corrupción tan enraizada en las instituciones venezolanas, materia que preocupa tanto a Maduro como a Capriles. No es posible que exista un sistema político que tenga al presidente como la persona más rica del país y que además, ocupe el puesto 165 de 179 en el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional.
Las elecciones en este país son voluntarias, a través del voto electrónico. En las elecciones del 2012 se registró la participación de más de 15 millones de venezolanos, superando la mitad de la población. Capriles incentivó a los ciudadanos a que asistan a las urnas demostrando ser una un símbolo de esperanza a través de la siguiente frase: “ya no está el león, sino el tigrillo”. Maduro por otro lado, sólo recurrió a la coacción y amenaza hacia una población que en caso no asistiese, se vería en la posibilidad de perder una serie de beneficios provenientes de programas sociales y de salud que sólo afrentan un inminente camino hacia la debacle.
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