Concuerdo con Posner en que la evidencia del calentamiento global es lo suficientemente seria como para justificar la toma de medidas al respecto, y en que un impuesto al carbono sería mucho más efectivo que las regulaciones a las emisiones de carbono, como aquellas recientemente propuestas por el presidente Barack Obama. No obstante, así la propuesta del impuesto al carbono fuese aceptada, existiendo una fuerte oposición en los Estados Unidos, aún quedan muchos asuntos sin resolver respecto a la implementación de dicha medida. Mi discusión se centra en algunos de ellos.
Aun cuando soy de los que creen que las evidencias del calentamiento global son lo suficientemente fuertes como para ameritar un impuesto al carbono, la magnitud y el tiempo de la amenaza del calentamiento permanece como una pregunta abierta. Por esta razón lo inteligente sería que el impuesto empiece con una tasa baja que podría ir subiendo si la evidencia de los daños causados por el calentamiento se dejan ver con más claridad. La teoría económica también nos indica que el impuesto debe iniciar a una tasa relativamente baja, incluso si supiéramos con seguridad que una catástrofe ocurriría si se alcanza un determinado nivel de CO2 en la atmósfera. Ello se debe a que con una tasa de interés positiva, la igualación del valor presente de un impuesto, sobre emisiones presentes y futuras, requiere de una tasa creciente en el tiempo. Esta es una aplicación de la Regla de Hotelling para la explotación óptima de los recursos agotables en el tiempo, como el petróleo (ver la discusión extensiva de la aplicación de esta y otras políticas económicas para combatir el calentamiento global en Becker, Murphy y Topel, «On the Economics of Climate Policy», The B. E. Journal of Economic Analysis and Policy, May, 2011). Por así decirlo, el espacio restante para CO2 en la atmósfera es el stock de un recurso agotable.
Además, la investigación para el desarrollo de mecanismos y técnicas que ayuden a capturar y mitigar las emisiones de carbono y otros gases de efecto invernadero debería reforzarse ante la posibilidad de un desastre de gran magnitud. Incluso puede que se desarrollen maneras de extraer algunos de esos gases de la atmósfera. Pero recién se implementarán métodos sumamente costosos para remover y extraer gases de efecto invernadero de la atmósfera cuando el daño causado por estos gases sea lo suficientemente serio e inminente.
Un impuesto al carbono no debería ser uno adicional, sino que, más bien, el reemplazo de otros subsidios aplicados a otros combustibles. Por ejemplo, Estados Unidos, juntos con varios otros países desarrollados, tiene una vasta gama de subsidios especiales para fuentes de energía que emiten mucho menos carbono que combustibles fósiles como el carbón y el petróleo. Entre ellos se encuentra el subsidio a los carros eléctricos y a otros mecanismos para la generación de electricidad como el viento y los paneles solares. Estos y otros subsidios especiales, regulaciones e impuestos diseñados para reducir las emisiones de carbono pasarían a ser indeseables con los impuestos al carbono apropiados, ya que estos incentivarían a buscar fuentes de energía alternativas para automóviles, plantas eléctricas y demás usuarios de combustibles fósiles, con el fin de reducir su huella de carbono, y por tanto el tamaño de toda la carga fiscal.
Algunos grupos apoyan el impuesto al carbono sólo porque este incrementaría la recaudación fiscal, lo cual sería especialmente bienvenido en estos tiempos de déficit presupuestario. Resulta tentador imponer un impuesto al carbono escudándonos en la justificación de cortar las emisiones de carbono, aún cuando dicho impuesto pueda ocasionar efectos realmente indeseados en la producción de gasolina, electricidad y otros bienes. Es por esto que la justificación de un impuesto al carbono debe ser tajantemente separada del deseo de tener tal impuesto para aumentar la recaudación.
Con la finalidad de separar el impuesto al carbono por el calentamiento global, George Schultz y yo propusimos que los ingresos producidos por dicho impuesto sean distribuidos de regreso anualmente a la población americana como un «dividendo del carbono» (ver Schultz y Becker, “Why We Support a Revenue-Neutral Carbon Tax”, Wall Street Journal, April 7, 2013). Existen diversas maneras para distribuir este dividendo, como por ejemplo a través de un pago a cada persona a través de su número de seguridad social, o mediante un reembolso per capita. En el pasado, Alaska y muchos países han distribuido a sus poblaciones los ingresos de impuestos sobre los combustibles. La distribución al público de lo recaudado podría ayudar a atenuar la fuerte oposición que tiene el impuesto al carbono (gracias a la creencia que se tiene de que este serviría para aumentar la carga tributaria y con ello financiar gasto público adicional).
El impuesto al carbono sería apropiado a la luz de una amenaza real de calentamiento global. Sin embargo, es importante implementar impuestos a niveles apropiados, y que estos impuestos tengan como contraparte mecanismos de captura y mitigación para reducir la emisión de gases de efecto invernadero, si es que estos parecen estar encaminados a causar un gran daño. Asimismo, es importante que la implementación de un impuesto como este permanezca tajantemente separada del valor que pueda tener para incrementar la recaudación fiscal.