Por Juan Diego Pedraza, bachiller en Derecho por la PUCP, investigador del Grupo de Investigación en Derecho, Género y Sexualidad de la PUCP (DEGESE).

El Derecho, como disciplina, puede brindarle al ser humano las herramientas necesarias para que el mundo funcione del modo que espera. No obstante, el Derecho suele tener una falencia marcada: los abogados.

En la Facultad de Derecho solemos escuchar —desde el primer día— un sinnúmero de ideas y argumentos que apuntan a lo mismo: el abogado es un ser omnipotente, omnipresente y omnisciente. ¿Quién más inteligente que un abogado? ¿Quién más hábil que un abogado? ¿Quién más prestigioso que un abogado? Básicamente, nadie.

Nos dicen que “el Derecho está en el aire” y que basta con analizar jurídicamente un fenómeno para ya haberlo comprendido correctamente.

Y esta soberbia me preocupa. Y lo hace porque nos ciega ante los acontecimientos que están ocurriendo en el mundo, al margen de una ley, al margen de un contrato, al margen de lo que diga una Constitución inerte.

La violencia de género describe a toda aquella agresión consolidada como consecuencia de un sistema de relaciones de dominación de los hombres/lo masculino hacia las mujeres/lo femenino[1], y este tipo de violencia ocurre a cada instante porque hay una estructura que la sostiene, cuyas manifestaciones las encontramos en los aspectos más cotidianos de la vida: en el almuerzo familiar de los domingos, en las discusiones de pareja, y en las bromas dentro del ambiente laboral.

Ahora, ¿qué tienen en común estos espacios? La falta de regulación. Es decir, en este tipo de espacios se exacerba la autonomía privada, el Derecho pierde influencia y es precisamente en este tipo de espacios en los que se gesta la violencia de género.

Por ello, al respecto, los abogados tenemos el día de hoy uno de los retos más grandes en nuestro ejercicio profesional: aceptar que el Derecho no basta para luchar en contra de la violencia de género.

Queda claro entonces que, si bien el Derecho puede aportar leyes, reglamentos y una capacidad punitiva en pos de regular fenómenos sociales, el Derecho no basta para modificar conductas arraigadas en una estructura que asume jerarquía y violencia en contra de la mujer. Entonces, ¿cuál es el primer paso? ¿tal vez el más importante?

Visibilizar el problema, y en este aspecto precisamente recae el valor de iniciativas como “Ni una Menos”, las cuales ponen sobre la mesa el debate respecto a una idea tan obvia para unos, como extraña y falsa para otros: ¿un hombre vale más que una mujer?

Cuando nos hayamos preguntado esto, convendrá preguntarnos: ¿un hombre debería valer más que una mujer?

En ese sentido, ha llegado el momento en el que los abogados tenemos que dejar de lado nuestros cinco compendios de Derecho Civil, las tres últimas Constituciones vigentes y nuestra clave del spij para realizar el aporte más grande que podamos entregar el día de hoy en contra de la violencia de género: luchar desde la cotidianidad.

Si en ese almuerzo familiar de los domingos, en esas discusiones de pareja, y en esas bromas dentro del ambiente laboral hay espacio para la violencia de género, también hay espacio para identificarla, visibilizarla y condenarla.

¿Será coincidencia que este artículo nunca ha hecho referencia a las abogadas?


[1] Idea extraída de <http://igualdade.xunta.gal/es/content/que-es-la-violencia-de-genero>

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