Por Marisol Fernández Revoredo, abogada, profesora de Derecho de Familia en la PUCP y coordinadora del Grupo de Investigación Derecho, Género y Sexualidad (DEGESE).

La celebración de la Comunidad PUCP, luego de la aprobación por parte del Consejo Universitario de la política  en favor de los estudiantes trans, no duró sino dos días. La alegría y el sentimiento de orgullo institucional por ser la primera universidad en el Perú con políticas trans inclusivas, se acabaron abruptamente luego de la difusión de dos comunicaciones escritas por el  Rector en las que sostiene la ilegalidad del aspecto referido a que el estudiantado trans pueda contar con la Tarjeta de Identidad de la PUCP (TI) en la que se consigne su nombre social y, junto a ello, la convocatoria para para una sesión de Consejo Universitario con la finalidad de volver a votar el punto en cuestión.

En nuestro Grupo de Investigación Derecho, Género y Sexualidad (DEGESE), hemos analizado a profundidad la postura sostenida por el Rector y hemos llegado a una conclusión discrepante con la de aquel. En este sentido, sostenemos que las políticas trans aprobadas, colocan a la PUCP en una situación de absoluto respeto a la Constitución Política del Perú y a la Convención Americana sobre Derechos Humanos.

No voy a detenerme en los argumentos jurídicos porque estos han sido trabajados y difundidos ampliamente por nuestro Grupo de Investigación. Quiero resaltar otros aspectos que creo están en juego en estos momentos y que creo que tienen que ver con la empatía y el reconocimiento del  “otro”.

Las personas trans desafían la comprensión tradicional de la sexualidad. Existe un sistema de clasificación sexual que dice quiénes son hombres y quiénes mujeres, cómo deben comportarse y cómo deben vivir su sexualidad. Ese sistema es binario porque solo acepta dos opciones posibles y al hacerlo produce a “los otros”, entre estos se encuentran las personas trans.

La dinámica al interior de la PUCP opera en base al mencionado sistema sexual: hombres o mujeres, baños y deportes separados por sexo, hombres masculinos y mujeres femeninas, etc. En un contexto así, las personas trans no encuentran en la PUCP un lugar habitable. Es por ello que las propuestas de la agrupación Reforma Trans resultan fundamentales para devolver a las personas trans lo que la Universidad les arrebata cuando no toma en cuenta sus necesidades y que no es otra cosa más que su humanidad.

En ese sentido, la medida aprobada para regir al interior de nuestra Universidad, consistente en el reconocimiento de un nombre social en una Tarjeta de Identificación (TI), significa reconocer a una persona tomando en cuenta como esta se define y, al hacerlo, se está reconociendo que su manera de sentir y de expresar es igual de valiosa que la de otro ser humano.  Retroceder, entonces, significa enviar un mensaje a la comunidad que la subjetividad de una persona trans es menos valiosa de la que no lo es.

Nos ha sorprendido a muchos la reacción en las redes sociales cuando se conoció la aprobación por parte del Consejo Universitario de las medidas en cuestión. Si bien de un lado se ha celebrado, del otro se ha desplegado un discurso de odio y prejuicio. No en pocos casos, este ha provenido de los propios estudiantes de nuestra universidad. Esta situación me parece muy importante a ser tomada en cuenta: si regresamos a la situación de ausencia de políticas trans inclusivas, el discurso del prejuicio y odio encontrarán un buen lugar para mantenerse en la PUCP.

En contextos de discusión sobre medidas especiales para mujeres, para afro descendientes, personas con discapacidad, etc, ha surgido siempre el argumento de los costos en la adopción de esas medidas: Las medidas para favorecer a estos grupos, puede limitar derechos de otros. Si nos ponemos a pensar en las personas trans y nos preguntamos ¿quiénes pierden con la adopción de políticas de reconocimiento?, ¿a quiénes afecta que las personas trans tengan una TI con su nombre social? Me parece que el costo de afectar a otros es cero. Y el beneficio para la comunidad es, por el contrario, grande.

Esperemos que la empatía y el reconocimiento recíproco de nuestra condición de seres humanos con dignidad, más allá de cualquier diferencia prevalezca en las actuales circunstancias.

 

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