El pasado 12 de agosto, las calles de Charlottesville en Virginia, Estados Unidos, se convirtieron en el escenario de una manifestación convocada por la extrema derecha. Esta surgió como protesta por la retirada de una estatua que homenajeaba al general confederado Robert E. Lee, quien lideró a las fuerzas sureñas durante la Guerra Civil estadounidense.

Jason Kessler, organizador del evento, manifestó a través de un comunicado que el objetivo de la marcha era defender la Primera Enmienda de la Constitución, la cual protege la libertad de expresión, y mostrar su respaldo a los -según él- grandes hombres blancos que están siendo difamados, calumniados y despreciados en Estados Unidos. Por su parte, los opositores también salieron a las calles manifestando su rechazo al racismo y la xenofobia. Esto ocasionó fuertes enfrentamientos desde la noche anterior a la protesta donde cientos de supremacistas blancos salieron con antorchas a recorrer la ciudad.

La marcha contó con diversos grupos de derecha radical, entre los que destacaron los miembros del Ku Klux Klan. Este suceso ha ocasionado la indignación y rechazo de miles de personas. Más aún, después de que Chris Barker, el líder actual de los Leales Caballeros Blancos del Ku Klux Klan, amenazara con quemar viva a la periodista Ilia Calderón, de origen colombiano, quien lo estaba entrevistando.

La historia del racismo en Estados Unidos es, evidentemente, un tema de larga data. Luego de la Guerra Civil en 1865, nace el Ku Klux Klan en Tennesse. Los miembros del Klan creen firmemente en la inferioridad de afro descendientes, latinos y asiáticos, y fomentaban la homofobia, el antisemitismo y el anticomunismo. Es por ello que se trazó como objetivo suprimir todos los derechos de estos grupos.

En 1871, en base a la orden del presidente Ulysses S. Grant de “cazar” a los miembros de este círculo, se capturaron a varios de sus integrantes. Estos, en aras de sus prejuicios raciales y creencias fanáticas, cometían actos de violencia despiadados como mutilaciones y marcas de ácido en contra de los afros. La captura de sus líderes ocasionó el declive de este movimiento aunque no su desaparición, ya que, a pesar de una lucha internacional contra el racismo y la discriminación, las marchas en Charlotte evidenciaron aún rezagos de las facciones de este y otros grupos extremistas.

Sin embargo, el racismo en norteamérica no se limita a la actividad de grupos de odio, sino que parece estar institucionalizado en el mismo sistema, e incluso formaba parte de su ordenamiento jurídico. Por ejemplo, después de su independencia, la primera Ley de Naturalización establecía que la ciudadanía americana le pertenecía únicamente a las personas “blancas libres”. Hablando en cifras, actualmente la población latina es el 17% del total; no obstante, son representados únicamente por 3 senadores. En promedio, la población negra recibe condenas 20 veces mayores que la población blanca por delitos similares. Esto genera que casi el 40% de las cárceles tengan reos de raza negra, a pesar de que su población total no llega a formar el 15%. Sumado a esto se encuentran las brutales y en la mayoría de casos, injustificadas agresiones de miembros de la comunidad negra  y latina por parte de la policía y la población civil. En el año 2015, 19 mujeres trans fueron asesinadas, de las cuales 15 eran negras. Incluso en el aspecto económico es notable la distinción. La riqueza acumulada por las personas negras es 6 veces menor a la de las personas blancas. Asimismo, los ingresos de las primeras son solo la mitad que los de las segundas. Y todo esto va en aumento.

Por su parte, la retórica de la campaña presidencial de Donald Trump generó que esta facción de la derecha más conservadora, resurja. Trump no tenía reparo en insultar a sus opositores con mensajes discriminadores. Incluso se refería a los extranjeros, quienes inmigraban a Estados Unidos, con frases racistas. Todo ello evidenciaba su férrea defensa a la “identidad blanca” y la “civilización occidental”. Es entonces que los grupos racistas ven en Trump un líder que apoya su doctrina, que se vio empoderada con su triunfo en las elecciones. Pese a que el presidente negó compartir sus ideales, estos se propagaron e inclusive los líderes de grupos xenófobos exigen medidas como la construcción del muro que pretende separar a Estados Unidos de Latinoamérica, la deportación de los inmigrantes, la eliminación de la nacionalidad de nacimiento, entre otras.

En vista que los mensajes de odio que se vienen propagando con mayor énfasis por vías electrónicas como las redes sociales, las mega corporaciones, como Apple, Microsoft y Google, decidieron bloquear todo material de sus operadores que contengan mensajes de odio o que ayuden a incentivar los mensajes de supremacía blanca o neonazi con contenido racista. En este sentido, las políticas que vienen desde la iniciativa privada son las principales que, por ahora, ayudarán a contrarrestar estas muestras de odio ante la inercia del actual mando de la Casa Blanca. Pese a ello, es importante que la población civil, dentro y fuera de los Estados Unidos, se manifieste condenando los actos y proponiendo soluciones pacíficas.

La postura de Trump no es nueva, pero representa un gran peligro para la protección de aquellos derechos por los que tanto ha luchado una gran parte del pueblo norteamericano y la comunidad internacional en general. Su triunfo en las elecciones abrió las puertas a que grupos de odio se sientan libres de manifestarse, amparados en un sistema que de por sí diferencia a las personas por sus “colores”.

Debido a este contexto, es necesario que tanto la población civil, privados, políticos, representantes en las esferas del gobierno, y la comunidad internacional tengan un rol activo tanto en la búsqueda de la protección de derechos de todos los ciudadanos, independientemente de su etnia y cultura, como en la represión de grupos que incitan al odio entre personas y comunidades.

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