Por Tomás Denegri, asociado del área de Recursos Naturales y Medio Ambiente del estudio Rodrigo, Elías & Medrano Abogados.
Hoy, más que nunca, existe una legítima preocupación por el impacto que las actividades económicas (en particular, aquellas extractivas) pueden generar en el ambiente. Alrededor del mundo, distintos actores (políticos, periodistas, activistas, empresarios y otros stakeholders) se expresan públicamente acerca de la necesidad de crecer sosteniblemente, para evitar la generación de daños irreversibles al ambiente.
En nuestro país, la minería muchas veces está en el centro de esta discusión. La actividad minería formal[1] ha sido cuestionada al punto de llegar a detener el desarrollo de grandes proyectos mineros con un potencial impacto económico positivo a nivel regional y nacional. Una parte importante de estos cuestionamientos (sustentados o no) se basan en el supuesto temor de los impactos que el proyecto debatido podría tener sobre el ambiente (aun cuando en aplicación de las normas ambientales mineras un proyecto sólo podrá desarrollarse si es viable ambientalmente, lo que -al menos, en la teoría- debería descartar cualquier preocupación al respecto).
Por eso, aun cuando este breve artículo no pretende dar respuestas a grandes y complejas preguntas, consideramos importante reflexionar sobre el rol que tendrá la minería en el futuro, como un agente activo en el camino al desarrollo sostenible. Así, en este artículo nos enfocaremos específicamente sobre el rol que está teniendo, y tendrá, el cobre en la producción de energías renovables, cómo esto puede tener un impacto económico en el Perú y cómo el Estado debe encarar este cambio.
A pesar de la conciencia que existe a nivel global sobre las consecuencias de las actividades humanas en el ambiente, cada día se consumen más recursos naturales. De hecho, el crecimiento de la población mundial, acompañado del desarrollo de las aún llamadas “economías emergentes” (como China e India) y de las clases medias dentro de éstas, conlleva inevitablemente una mayor demanda de recursos. Entre ellos, la energía y, en particular, la electricidad.
Según las cifras del International Energy Agency, desde 1974 (y salvo por el periodo 2008 – 2009 por la crisis económica mundial) la producción de electricidad a nivel global ha crecido sin detenerse.[2] En el 2017 la demanda de electricidad a nivel mundial incrementó 3.1%, un porcentaje significativamente mayor al crecimiento de la demanda energética general.
En este contexto y en el marco de los diversos acuerdos adoptados para reducir las emisiones de CO2 y así limitar el aumento de la temperatura promedio del planeta a (mucho) menos de 2 °C, las energías renovables y el distanciamiento de los combustibles fósiles tienen un papel clave. Y el cobre también.
Como hemos explicado, existe una cada vez mayor demanda de electricidad. Para cubrir esta demanda sin elevar las emisiones de CO2, los Estados están recurriendo cada vez más a la producción de electricidad a través de energías renovables (solar, eólica e hídrica). Una nueva fase de crecimiento en el consumo de cobre está acompañando a esta alza en la demanda de electricidad.[3] Por ejemplo, los generadores de energías renovables usan, en promedio, 8 a 12 veces más cobre que los generadores tradicionales (un generador eólico usa de 2.5 a 6 toneladas de cobre por megawatt; uno solar, hasta 4 toneladas de cobre por megawatt)[4]. De igual manera, un carro eléctrico requiere de 3 a 4 veces más cobre que uno tradicional.[5]
El cobre es un excelente y eficiente conductor de electricidad. Esto, como hemos visto, lo ha convertido un componente fundamental para la generación, transmisión y distribución de electricidad. De hecho, se calcula que, a la fecha, el sector energético y la producción de productos eléctricos son responsables del 72% del consumo total de cobre a nivel mundial.[6]
Las características antes señaladas hacen que, en un mundo que avanza hacia la generación de energía renovable (en algunos casos, con metas a cubrir el 100% de la demanda con estas fuentes), el cobre sea uno de los principales actores de la revolución energética y nos da la oportunidad de participar de ésta activamente.
En lo que es una industria global, el Perú es considerado un país minero. Somos el segundo productor de cobre, plata y zinc a nivel mundial, además de poseer las mayores reservas de plata del mundo y las terceras reservas de cobre en el mundo[7], entre otras. En esa medida, no podemos negar que el Perú será fundamental para cubrir las nuevas necesidades de cobre a nivel mundial y, por tanto, que este metal seguirá siendo uno de los pilares de nuestra economía.
Como fue desarrollado en una anterior entrada de este blog[8], el Perú cuenta con un marco regulatorio que promueve la generación de electricidad con energías renovables que buscó otorgar ciertos incentivos para el ingreso al mercado de las llamadas centrales RER (cuya implementación en ese momento era poco competitiva, a diferencia de lo que ocurre ahora por la reducción de costos).
Sin embargo, a pesar de que según lo establecido en la Política Nacional del Ambiente entre sus lineamientos de política en materia minero-energética están “Fomentar la eficiencia energética, mediante el uso de tecnologías modernas, incentivos económicos y sistemas transparentes de información” y “Promover la inversión, desarrollo y uso de […] energías renovables […], como una oportunidad para […] la reducción de las emisiones de carbono, en el marco del diseño de una nueva matriz energética”, no existen incentivos para los productores de las materias primas (como el cobre) que son esenciales para para la implementación de las centrales RER.
Por eso, consideramos que el Estado tiene una oportunidad única para crear un marco regulatorio que no solo incentive la diversificación de la matriz energética a través de las centrales RER, sino que también permita disminuir aún más los costos de su implementación. Una forma de lograrlo sería otorgando también beneficios a los productores de las materias primas que sirvan para ello, tales como incentivos tributarios en las transacciones entre productores y generadores, su inclusión en los registros de buenas prácticas ambientales o la promoción activa de estos proyectos para la obtención de fuentes de financiamiento verdes.
El contexto mundial actual, así como los compromisos asumidos por el Perú en el marco de tratados internacionales, nos dan la oportunidad de ser partícipes activos en la agenda mundial para la diversificación de la matriz energética y reducción de emisiones de CO2, en vez de asumir un rol pasivo y sólo reaccionar ante ésta.
[1] Es decir, la desarrollada por empresas formales, tras haber cumplido con todos los requisitos legales para ello.
[2] https://www.iea.org/statistics/electricity/
[3] https://www.dbs.com/aics/templatedata/article/generic/data/en/GR/052018/180518_insights_copper_and_its_electrifying_future.xml
[4] http://copperalliance.org/2018/08/27/renewable-energy-a-sustainable-driver-of-the-copper-industry/
[5] https://www.reuters.com/article/us-metals-copper-ica/renewable-energy-electric-cars-to-boost-copper-demand-idUSKCN12S230
[6] Idem.
[7] Anuario minero – 2017, pag. 14. Disponible en: http://www.minem.gob.pe/minem/archivos/file/Mineria/PUBLICACIONES/ANUARIOS/2017/ANUARIO%20MINERO%202017(1).pdf
[8] Ver: https://www.enfoquederecho.com/2018/04/16/energias-renovables-10-anos-de-evolucion/