Por Guillermo Arribas, abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú, máster en Derecho por Yale Law School, profesor de Derecho Civil de la Pontificia Universidad Católica del Perú y asociado de Payet, Rey, Cauvi, Pérez Abogados.

Hace poco más de dos meses, en enero del 2020, comenzó a hacer noticia la propagación de un virus respiratorio en China, el coronavirus (Covid-19). Siendo el brote original en la ciudad de Wuhan, al 12 de marzo de 2020, teníamos 126 968 infectados en el mundo, 4 674 muertes y 67 014 curados. En el Perú, se llevaban reportando 17 casos de contagio. Hoy, 18 de marzo, tan solo 6 días después, tenemos 218 953 infectados (poco menos del doble), 8 952 muertes (poco menos del doble), y 84 795 curados (poco más de 26%). Mientras tanto, en nuestro país, tenemos ya 145 casos (¡¡¡poco más de 8 veces lo que teníamos hace 6 días!!!).

El domingo 15 de marzo, el Presidente Vizcarra anunció una medida generalizada de distanciamiento social, declarando así Estado de Emergencia Nacional mediante Decreto Supremo N° 044-2020-PCM. Por 15 días, que muy probablemente sean más, nadie puede salir de sus casas. Situación que ocurre hoy en nuestro país y, a la par, en todo el mundo: todos estamos en nuestras casas.

Desde el inicio del Covid-19, en el Perú, ya veíamos supermercados desabastecidos por la compra de papel higiénico, entre otros productos. ¿Por qué? La respuesta fácil es el pánico, pero creo que cabe una reflexión adicional, desde una perspectiva funcional de propiedad, para determinar por qué el pánico se pronuncia de esta manera.

Lo primero que se debe decir es que esta reacción de compra compulsiva no es exclusiva de nuestro país. Lo mismo ha ocurrido, pareciera, en todos los demás. Doy fe por amigos cercanos que esto ha sucedido en España, Francia, Austria, Irlanda, Estados Unidos y Alemania. Es importante decirlo porque elimina la idea de que esto ocurre en el Perú por una característica intrínseca al país o a nosotros los peruanos. Aparentemente, todos en el mundo tienen un poco de inconsciencia innata, la pregunta es de dónde viene esta reacción.

La peculiaridad principal del Covid-19 es, de la información que por lo menos uno viene recibiendo, su capacidad de expansión. El virus se encuentra en la mucosa, por lo que un estornudo de alguien infectado podría dejar un campo minado en nuestro día a día. La carpeta de la universidad, el teclado de la computadora, hasta las patitas de nuestras mascotas luego de un paseo. Todo ello podría contener el virus. Basta con tocar cualquier superficie u objeto que haya estado expuesto al virus, tocarse accidentalmente el rostro y, listo, se dio el contagio. ¿Por cuánto tiempo sobrevive el virus fuera del cuerpo? Las fuentes no son claras, horas, menos de 24 horas o hasta 9 días. Se entiende que varía dependiendo de la temperatura externa y la superficie receptora.

Más allá del grado de letalidad -que, aunque hay consenso en que no es alto en comparación a otras enfermedades, se ha duplicado en los últimos 6 días-, como en toda pandemia, el objetivo es disminuir la frecuencia de los casos para poder atender adecuadamente a los pacientes. Si todos nos enfermamos a la vez, será más difícil atendernos porque habrá demasiada demanda de equipos médicos. Esto especialmente en el Perú, un país que tiene un sistema de salud con tantas necesidades. Por lo tanto, nuestro mejor remedio es no enfermarnos.

El reto que el Covid-19 nos trae es que el riesgo de contagio y expansión de la enfermedad está, justamente, en que vivamos en sociedad. La interrelación entre personas puede generar contagios de una manera acelerada, los números que vivimos son claros. Sobre lo último, la pregunta que surge es la siguiente: ¿podemos vivir asilados? Hace 100 años, quizá, pero hoy la respuesta es claramente negativa.

Piense por un momento, ¿qué necesita para vivir? Por lo menos agua y comida. El agua se puede solucionar con un filtro o, dependiendo donde viva, tomando agua directamente del lavatorio. No obstante, salvo que tenga una granja o un campo de cultivo en su hogar, cosa difícil en un departamento o casa en ciudad, la comida sí es un problema. Algo similar podríamos decir del papel higiénico: ¿cómo fabricar papel higiénico solos en nuestras casas? Ello simplemente no es posible.

El ser humano es el único animal cuyo proceso evolutivo permite acumular conocimientos y tradiciones por periodos extendidos. Esto es algo muy bueno porque nos permite crear sobre creaciones que la humanidad ha generado por cientos de años (piense en un auto, por ejemplo). Genera especialización dentro de nuestra sociedad, teniendo cada uno un rol que hace que funcionemos como lo hacemos. No todos somos ingenieros, agricultores, o médicos, pero todos necesitamos de ellos para funcionar. Cada uno juega un rol colaborativo en una máquina que, sin darnos cuenta, funciona.

El lado perjudicial de esta característica es que, justamente, necesitamos cooperación para hacer que la sociedad exista, y, por esto mismo, para nuestra supervivencia. Ante una situación como el Covid-19, el gran temor es la inanición por el aislamiento (racional o no). En este contexto, nuestro instinto de supervivencia, natural a todos los animales, da como primera reacción una inclinación a sobre comprar. De alguna forma, como para prepararnos para un largo invierno.

En el caso particular de una pandemia como el coronavirus, Covid-19, las medidas de protección privadas que venimos presentando, como vaciar los estantes de un centro comercial, caen en saco roto. La realidad es que, ante una gran situación de necesidad, como la que vivimos hoy sin poder salir a las calles en el mundo, la única manera de sobrevivir es la cooperación. Puede que las reservas individuales duren un tiempo, pero el tiempo se acaba en aislamiento.

Lo necesario es generar un sistema que asegure la distribución de productos de primera necesidad (comida, medicinas, servicios de salud) a las personas, contagiadas o no, mientras se mantiene el aislamiento. Esto se puede dar, por ejemplo, reuniendo a las personas enfermas en un solo lugar para asegurar su cuidado, limitando el número de personas que puede acudir a los supermercados o, en caso extremos, encargar a un ente centralizado que provea de alimentos a la población que no puede salir de sus casas (i.e., el Estado). Todas estas medidas, de una u otra manera, las estamos viviendo.

Al final del día, siendo el humano un animal que necesita de cooperación para subsistir, un sistema de propiedad común, donde todos compartamos lo que tengamos, en mayor o menor medida, se hace necesario en estado de crisis. Ese primer impulso de “inconsciencia”, que se puede refrasear como egoísmo individual, es reemplazado por el valor mayor de proteger la especie, trayendo la solidaridad en estado de necesidad.

Prueba de esto son los aplausos y alaridos que escuchamos todos los días a las 8 pm, alentando a todos los médicos y enfermeras, cajeros en supermercados y productores alimenticios, policías y militares que cuidan nuestras calles, servidores públicos que limpian las veredas del virus en nuestra reclusión. Esos gritos son la muestra solidaria de que juntos, como peruanos, damos lucha a esta adversidad.

Gracias a la interconectividad que hoy se vive en el mundo (aviones, internet, celulares), esta es la primera vez en la historia de la humanidad en donde todos, sin excepción, enfrentamos el mismo enemigo. Es incierto cuánto durará la crisis del Covid-19, pero todo parece apuntar a que, aunque con bajas y espera, podremos superar el reto. Hemos tenido suerte, el Covid-19, si bien es agresivo en su contagio, no lo es tanto en su letalidad. No obstante, nada quita que esa enfermedad, contagiosa y letal, pueda acecharnos en el futuro. Hay que estar preparados para que cuando ese día llegue, nosotros no seamos el obstáculo que impida nuestra propia supervivencia. La solidaridad es el único camino.

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