Por Gustavo Rodríguez García, abogado por la PUCP y Doctorando por la Pontificia Universidad Católica de Argentina. Socio en Rodríguez García Consultoría Especializada y Presidente de la Segunda Comisión Permanente de Ética de CONAR; y María Teresa León Zanatta, estudiante de la carrera de derecho corporativo en ESAN, actualmente realiza prácticas preprofesionales en Philippi, Prietocarrizosa, Ferrero DU & Uría.
Cuando escucha la palabra “competencia”, ¿cuál es la primera idea que se le viene a la mente? ¿Piensa en “sinergia” o “colaboración” o piensa en “pugna” o “contienda”? Desde que tenemos uso de la razón, entendemos muy bien de lo que se habla cuando se nos dice que participaremos en una competencia. En nuestros colegios quizás se organizaron campeonatos deportivos o contiendas de deletreo, declamación o matemáticas. Desde luego, las extensamente populares competencias deportivas son por todos conocidas. Sabemos, entonces, lo que significa competir y competir significa participar en alguna actividad en la que finalmente alguien gana y, consecuentemente, algunos pierden.
No es extraño que para muchos, al hablar de competencia económica, nos estemos refiriendo a la pugna que se produce entre agentes económicos en el mercado. Una pugna en la que, como en el campeonato deportivo, alguien gana y algunos pierden. Esta retórica invita a muchos a pensar en el triunfador de la contienda como aquél agente económico que ganó este juego de suma cero.
Desafortunadamente, este aprendizaje básico sobre lo que la competencia es no se ajusta al genuino contenido de lo que significa la competencia en el mercado. Los intercambios voluntarios que se verifican en el mercado no responden a una lógica de suma cero. Si alguien ofrece algo y otra persona lo compra voluntariamente, ambas partes han ganado. El alma del derecho de la competencia (pues es el alma de la competencia económica) no es la pugna sino, aunque pueda parecer sorprendente, la cooperación.
En economía, se suele hacer referencia al modelo de competencia perfecta. Esta idea, enseña Paul Rubin (2019), alude a la presencia de muchos compradores y vendedores y a una entrada y salida libres al y del mercado. Cuando se alude a la presencia de “muchos vendedores”, se pone de relieve que cada empresa ignora el comportamiento de las demás y se comporta, por tanto, como si las otras empresas no tuvieran efecto alguno en sus beneficios. En dicho modelo en el que hay tantos agentes económicos que la presencia del “otro” deviene en irrelevante, no tiene sentido referirnos a una “pugna”.
La competencia libre es el camino que afianza la cooperación. Cuando dos empresas compiten en el mercado, lo hacen por cooperar de la mejor manera posible con el consumidor de modo que este pueda preferir una oferta sobre la otra. Enfatizar la visible idea de la “pugna” nos hace perder de vista el profundo sentido de la “cooperación” y abre camino a quienes consideran que la competencia implica que cada agente económico piense en sí mismo. El profesor David Boaz (1997) acertadamente ha enseñado que el individualismo “atomístico” que muchos asumen como la bandera de la libre competencia, se aleja completamente de los ideales que los liberales sostenemos. Este tipo de individualismo implicaría que cada individuo haga uso únicamente de lo fabricado por el mismo, ya sea vestimenta, alimentos, o incluso medicina e infraestructura.
Supongamos que una persona se encuentra en búsqueda de un nuevo ventilador dado que está haciendo calor. En un escenario de competencia perfecta -que es un modelo, por cierto- esta persona tendrá múltiples opciones de ventiladores para elegir, de todos los tamaños y colores que se pueda imaginar. Dicho ello, no todos los ventiladores cumplen con las características que esta persona quiere; sin embargo, incluso al haberse reducido las opciones, el consumidor aún podrá elegir un producto entre la oferta de muchos proveedores. Si bien estos proveedores competirán entre ellos para lograr vender su producto, la finalidad de la competencia no es afectar a otra empresa sino, como ya se ha adelantado, demostrar ser el mejor proveedor, entendiendo “mejor” como aquel que puede cooperar con el consumidor de forma más precisa para satisfacer su necesidad.
Así pues, aunque se trate de un producto homogéneo cuyo precio no varíe radicalmente entre proveedores, cada proveedor se esforzará por convencer al consumidor de que su oferta representa la mejor opción ofreciéndole diferentes atributos tales como garantías extendidas, información detallada, descuentos en una próxima compra, entre otros. De esta manera, los proveedores competirán y realizarán sus mayores esfuerzos por cooperar con el consumidor.
Alguien podría objetar que, si bien se sirve al consumidor, hay un agente económico afectado (la empresa que no es elegida por el consumidor). Tal asunción, sin embargo, es errónea nuevamente. Cuando una empresa no recibe el espaldarazo deseado por parte del consumidor, la ausencia de beneficios la conduce a verse desplazada del mercado. Si uno se concentra únicamente en la situación de dicha empresa, arribará a conclusiones erradas. Sin embargo, la salida del mercado de una empresa tiene una esencia cooperativa también pues permite la liberación de recursos a fin de que puedan ser empleados en aquello que efectivamente colabora mejor con el consumidor. Piénselo: mantener artificialmente vivo a un emprendimiento fracasado distrae recursos que podrían ser mejor empleados en un negocio que genere mayores beneficios para la comunidad.
Los mercados, en suma, operan democráticamente cuando se les deja funcionar. La retórica del libre mercado perverso y de las empresas capitalistas opresoras denota ignorancia. Así, cooperación y competencia no son antónimos en un sentido económico. Solo cuando se comprende el significado cooperativo del proceso competitivo, entendemos cabalmente la tremenda importancia de salvaguardar la libre competencia y captamos que el alma de la competencia es más próxima a una filosofía de servicio de lo que intuitivamente podría creerse.
Fuente de imagen: corporacionhiramservicioslegales.com
Referencias bibliográficas
- Boaz, D. (septiembre,1997). Competition and Cooperation. The Freeman: Ideas of Liberty, 529-521.
- Rubin, P. (2019). The Capitalism Paradox: How cooperation enables free market competition (1ra edición). Post Hill Press.