Por José Luis Pérez Triviño, profesor titular de Filosofía del derecho de la UPF y presidente de la Asociación Española de Filosofía del Deporte.

¿Seguirán los aficionados del fútbol prestando atención a los resultados de la liga local durante los fines de semana? ¿Podrán subsistir los clubes que participan en competiciones inferiores? La aparición de la Superliga puede ser un punto de inflexión en la concepción moderna del fútbol en varios aspectos cruciales. No solo en lo que se refiere a las competiciones sino al papel preponderante de las federaciones en el entramado deportivo. Estas son organismos, mitad públicas mitad privadas, encargadas principalmente de organizar las competiciones. Con el paso del tiempo, y a medida que el fútbol fue creciendo en popularidad y generaba pingües beneficios gracias a la venta de los derechos de retransmisión televisiva, las federaciones han transitado de gestionar competiciones a ser reguladores empresariales de una actividad económica floreciente. Por poner un dato: la UEFA  generó unos ingresos de 15 mil millones de euros entre 2016 y 2020. 

Probablemente, sin ser conscientes de las consecuencias de esta transformación, las federaciones abrieron una caja de Pandora cuando empezaron a primar sus intereses económicos por encima de los puramente deportivos. Confiados, quizá, en su posición de dominio monopolístico de las competiciones y del mercado económico que estas generaban, desatendieron un riesgo de esta transformación: la atracción que entonces podrían suponer las competiciones futbolísticas a otros agentes del mercado, con más experiencia en estas lides. Si se trata de negocio, aquí estamos nosotros. Eso es lo que debieron pensar los promotores “ocultos” de la Superliga, esto es, los que van aportar los 70.000 millones con lo que se financiará la nueva competición.

¿Quién va a perder con este desafío? Al margen las federaciones nacionales e internacionales, como ejes vertebradores del deporte y del fútbol en particular, también los jugadores -que se exponen a sanciones o no jugar con sus selecciones nacionales- y los clubes medianos que posiblemente vean menguada la calidad de las ligas nacionales.

¿Cuál será la dimensión del daño? Habrá que esperar a ver los acontecimientos. Parece inevitable que las competiciones que organiza la UEFA, en especial, la Champions League, sean las principales perjudicadas ya que se antoja difícil la coexistencia con la Superliga. Las ligas nacionales se aventuran como las otras afectadas, salvo que ocurra como en la Euroliga de baloncesto, donde han podido encontrar -no sin dificultades- un espacio de convivencia.

Pero, ¿es inevitable la aparición de la Superliga? Al margen de que puedan establecerse negociaciones que resulten en una cesión mutua de pretensiones o que se dirima la cuestión ante un tribunal arbitral, es  probable que la disputa jurídica se acabe decidiendo ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Se tendrá que ponderar entre los principios de libre competencia entre “empresas” y los valores del deporte europeo, aquellos sobre los que se asientan las competiciones futbolísticas y las deportivas en general, y que lo diferencian del deporte estadounidense. Entre esos valores destacan la preservación del equilibrio competitivo entre clubes, la estructura piramidal de las competiciones desde la base a la élite y los mecanismos de solidaridad entre los diferentes niveles competitivos, esto es, el resto de clubes de categorías inferiores. 

Sin embargo, los precedentes del caso Bosman, la Euroliga de baloncesto y del caso ISU abren la puerta a una decisión favorable a la Superliga. En particular y dada la similitud, tendrá especial peso la decisión en el caso ISU que enfrentaba a la federación internacional de patinaje (ISU) con deportistas que habían sido convocados a participar en competiciones organizadas por “entidades” que no eran las federaciones. En virtud de la garantía de la libre competencia recogido en el art. 165 del TFUE, no es descartable que el tribunal se decantara por aceptar la existencia de otro “regulador” en el mercado de competiciones futbolísticas, esto es, la Superliga, como ya existe en  el baloncesto, la Euroliga. Y si esto fuera así, también será un perdedor en este desafío el fútbol, tal y como lo hemos conocido hasta ahora, pues será menos deporte, y más negocio y espectáculo, como sucede en el modelo estadounidense.

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